Por Claudio Leveroni
Cada época tiene su distintivo que la distingue de sus antecesoras. La actual reserva para sí una maraña de conceptos centrales que la sostienen y cuyo eje podríamos definir como la exacerbación del individualismo.
Políticos y economistas liberales suelen argumentar que este principio filosófico, relacionado a garantizar las libertades de los individuos para que exploren todas sus posibilidades de desarrollo en una comunidad, maximiza la eficiencia del capitalismo y el bienestar social. Aseguran que lo hace porque cada individuo persigue y potencia su propio interés logrando utilidades a través del mercado. Los más exacerbados van más lejos aún, son extremistas que consideran al Estado como un enemigo de estos principios al que hay que destruir.
Lo cierto, es que los individuos no son todos iguales y no parten de la misma línea de posibilidades en la vida. Una realidad que genera la explotación y sometimiento de unos sobre otros. Un individualismo exacerbado en una sociedad representa también un capitalismo en las mismas condiciones que deja como resultado la profundización de las desigualdades sociales y económicas.
Si bien esta puja filosófica, llevada al terreno de las naciones, se ha mantenido con un ir y venir constante durante los últimos siglos, una observación ligera sobre este tiempo nos permite concluir que la misma ha permitido mejorar las condiciones de igualdad entre individuos. Por ejemplo, el estado de esclavitud primario ha quedado descartado como sistema legal en todos los países del mundo. El presente nos muestra otro sistema de sometimiento, mucho más sutil, que puede tomarse como reemplazo de aquella condición de máxima degradación humana como fue la esclavitud. La pobreza, la extrema particularmente, es una nueva condición que somete a los individuos que no responden adecuadamente a los principios que demandan las sociedades regenteadas por las distintas formas de capitalismo.
Argentina atraviesa una época extrema. Un resultado electoral instaló la incertidumbre de un experimento que muchos analistas se atreven a definir como único en el mundo. Posiblemente, antes de analizar a los personajes que en nuestro país y en el mundo llevan adelante estas posturas extremas, sea necesario indagar porque hay una tendencia del electorado a retrotraer el debate a planteos de principio del siglo pasado. Buscando alguna posible respuesta podríamos realizar esa tarea desde distintas miradas. La evolución cultural puede ser una de ellas.
Llevamos consumidos un cuarto del siglo XXI, tiempo suficiente como para marcar comparaciones con el anterior y saber si estamos fluyendo hacia una mejor sociedad. No hace falta ser un adulto muy mayor para interpretar su resultado, quizás alcance solo con apelar a nuestro sentidos básicos y hurgar, por ejemplo, en la música, films, libros e intelectuales que dan testimonio de un siglo y del otro.
Qué conjunto musical de estos últimos 24 años puede representar el impacto cultura que tuvieron los Beatles, Rolling Stone, Queen, por decir tan solo tres de los más consumidos el siglo pasado. Podríamos trazar la misma comparación para otras actividades relacionadas con la cultura. En este contexto la política no queda al margen de ese cuadro comparativo. ¿Quienes serían en este siglo los Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Perón, Mao Tse-tung, Golda Meir, Evita o Charles de Gaulle?. Una pregunta con casilleros aún vacíos.
La representación más elocuente de ese notable vacío de la política se puede interpretar también en nuestro país. Las figuras que nutrieron el Congreso Nacional de 1983, tras la recuperación de la vida democrática, fueron notablemente más enriquecedoras en el debate político de las que conviven en ambas cámaras parlamentarias por estos días. No se trata de un planteo ideológico, lo que desnuda la comparación es la diferencia de calidad en el compromiso político, y en cómo se expresan y sostienen los contenidos ideológicos.
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