Por Claudio Leveroni
Los argentinos tendremos este domingo la décima elección presidencial en los 40 años que transcurrieron desde que recuperamos la democracia. Sobrevuela, con criterio de realidad, la sensación que esta nueva cita con las urnas está llamada a ser la más importante después de aquella primera de 1983.
El contexto político y cultural de la época, con fuerte influencia internacional, ubica la jornada de mañana como la de mayor trascendencia en este recorrido de cuatro décadas. La decisión que tomemos tendrá enorme influencia en nuestra proyección como sociedad. No se trata de la elección por cuatro años de un administrador de intereses comunes. Es mucho más trascendente esta compulsa. Lo es porque nunca antes habíamos tenido con tanta claridad la exposición de modelos con ideas e intereses contrapuestos.
Solo una derrota abrumadora de uno de ellos lo dejará definitivamente enterrado en nuestra historia. Un resultado con extrema paridad, si bien culminará con un ganador, dejará el conflicto latente. Habrá una minoría derrotada en la coyuntura, pero tendrá, si se lo propone, mucho poder de daño. Lo podrá utilizar en la medida que los resultados del nuevo gobierno, en el terreno estrictamente económico, no mejoren. Y que eso suceda tampoco es garantía que haya mejora en la calidad de vida. Sobran ejemplos en el mundo de países ricos con pueblos infelices.
Esta elección nos obliga a pensar en nuestro futuro más allá de los nombres que encabezan las fórmulas presidenciales. El respeto a la vida del otro, a las minorías étnicas, religiosas o de género y al medio ambiente, terminan siendo más trascendentes e importantes que el poder de consumo que tenga la población. No refiero a padecer hambre, eso en la argentina de hoy no sucede, sino al consumo suntuario al que todos tenemos derecho en la medida que aportemos para estar en un país con distribución más justa de la riqueza que genera.
Alguna vez un extraordinario pensador del siglo pasado observó que “es muy difícil que un hombre pueda realizarse en una comunidad que no se realiza.” Bajo esa idea la unidad nacional representa que cuando en una comunidad fuese necesario sufrir, sufran todos por igual, y cuando sea tiempo de gozar, gocen todos por igual también. Para que eso suceda debe haber no solo una mejor distribución de la riqueza, también se debe buscar mayor igualdad de derechos de todo tipo. Construir la felicidad de un pueblo no es tarea solo de un líder, debe estar comprometido el grueso de la población abrazando un concepto cultural arraigado en valores solidarios.
Tener como nunca en este período democrático dos alternativas tan contrapuestas es lo que hace a esta elección como la de mayor trascendencia, la más importante en estas cuatro décadas. No estamos eligiendo solo un conductor para este enorme colectivo común llamado Argentina, estamos eligiendo algo mucho más supremo, valores que serán los cimientos en la construcción de la próxima etapa nacional.
0 comentarios