La inflación no ha sido el peor de los males en Argentina

Por Claudio Leveroni

Hay postales de nuestra historia reciente que se nos fijan en la memoria. Quedan ahí con el escozor que nos provoca solo imaginar que pueden volver a suceder. La crisis del 2001 es una de esas instantáneas que no queremos repetir. Hagamos un poco de historia intentando unir datos y hechos.

Sin buenos recuerdos Argentina ya transitó en su historia reciente por un proceso de dolarización. Se extendió durante 11 años, tras la sanción de la Ley de Convertibilidad del Austral (23.928), el 27 de marzo de 1991. Fue durante el gobierno de Carlos Menem, bajo la iniciativa del entonces ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo.

Hija de la hiperinflación, que azotó los tres últimos años de la presidencia de Alfonsín con índices  que llegaron al 3.079% anual en 1989, la convertibilidad estuvo vigente hasta su derogación el 6 de enero de 2002. Los ingresos provenientes del brutal proceso de privatizaciones de empresas y servicios públicos que tenía el Estado Nacional le permitieron a Menem y Cavallo sostener aquella paridad con la moneda estadounidense.

Cuando los fondos de las privatizaciones se escurrieron la crisis económica reapareció desnudando la flaqueza de un modelo que aniquiló la industria nacional. La huella más cruel fue el altísimo índice de desempleo, producto del cierre de empresas (principalmente Pymes), por la apertura indiscriminada de importaciones. Un dato del presente ejemplifica la importancia de este sector tan maltratado en aquellos años: el 68% de los asalariados del país están en pequeñas y medianas empresas.

También se dio en la década neoliberal menemista un fenómeno muy particular, inflación en dólares pese a la convertibilidad. La acumulada en los primeros cuatro años de la dolarización fue del 107%. Recién en el quinto año de convertibilidad, en 1995, la inflación anual se aplacó estableciendo el 1,6% anual para ese año.

La suba de precios no fue el problema principal que sufrió la administración Menem en su segundo mandato. Las cruel política de importaciones aceleró el proceso de desindustrialización, dejó sin trabajo a cientos de miles de personas. Los índices de desempleo alcanzaron niveles nunca registrados en el país. En 1994 se anotó por primera vez una tasa de desocupación de dos dígitos con 11,4% y trepó al 17,5% al año siguiente. Sin trabajo crece la pobreza y no hay consumo, un combo que dejó como resultado un proceso de acelerada recesión.

Un segundo dato llamativo, atendiendo la preocupación principal de nuestros días relacionada con los precios en las góndolas, es que en 2001 cuando estalló la crisis y argentina tuvo cuatro presidentes ese año, la inflación fue negativa. Con el país envuelto en la peor crisis de su historia, en 2001 los precios bajaron un -1,1%. Más aún, en el 2000 también fue negativa la inflación (-0,9%), y también en 1999 (-1,2%). Acaso, nos animemos a pensar, recordando el caos de aquellos días y observando estos indicadores actuales, que la inflación no es el peor de los males, dejando en ese peldaño las dañinas políticas que arribaron bajo recetas propiciando la liberación de los mercados.

 

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