La Anestesia tiene mala Prensa

Por Memé Millán

Es una realidad que se vive. Cada vez que una persona debe ser sometido a una cirugía su mayor preocupación es la anestesia. Los pacientes se expresan ante los profesionales con frases como: “No se vaya a pasar con la anestesia”.

En la década del 50 hubo un avance significativo de la farmacología. Surgieron nuevas drogas posibilitando que las personas puedan ser operadas con altísimo nivel de seguridad. A este avance de la farmacología se le suma la importante creación de aparatos de monitoreo, como oxímetros, capnógrafos, mesas de anestesia, respiradores, entre otros. Además, se establecieron normas de trabajo del profesional en esta actividad con una excelente formación de los mismos. Simultáneamente, la Asociación de Anestesia, Analgesia y Reanimación de Buenos Aires, tomó contacto con instituciones públicas y privadas, logrando que se adecuen quirófanos con el equipamiento necesario para poder cumplir esta tarea científica. La ciencia avanzó y la expectativa de vida también.

La anestesia nace en el siglo XIX de la mano de los descubrimientos de los gases. Se atribuye a Horace Wells, dentista de Connecticut (EEUU) el primer uso de óxido nitroso para extraer piezas dentarias en 1844. Este ensayo en humanos lo impulsó a usarlo en algunas cirugías menores y en varios partos con excelentes resultados. Dos años más tarde, en 1846, se comenzó a utilizar el éter, considerado el nacimiento de la cirugía con anestesia.

James Young Simpson médico obstetra escoces, dedicó sus investigaciones a probar alternativas que alivien el dolor físico relacionado con el trabajo de parto. Sus investigaciones  generaron resistencias iniciales en el clima religioso de la época, donde el mandato bíblico era “parirás con dolor”. Pese a esa consigna, Simpson comenzó con el uso del éter.

Junto a dos colegas, experimentaron inhalar cloroformo. Tras una euforia inicial se sumieron en un estado de inconciencia hasta la mañana siguiente. En 1847 Simpson administró cloroformo a la esposa de un amigo durante el trabajo de parto. Agradecido por esta maravillosa experiencia decidieron bautizar a su hija Anaesthesia. El cloroformo aliviaba el dolor, pero mantenía las contracciones uterinas. El reconocimiento oficial del uso del cloroformo se hizo en 1853, cuando el médico John Snow administró cloroformo a la reina Victoria durante el nacimiento del príncipe Leopoldo.

La llegada del éter a Buenos Aires, fue en 1847, y del cloroformo al año siguiente. La anestesia era realizada por los propios cirujanos, practicantes de medicina, enfermeros y monjas de congregaciones religiosas. En 1911 viene de París el aparato de Ombredanne, para la administración de éter. La anestesia subdural (raquídea) llego con el inicio del siglo XX.

En 1921 el doctor José Arce, Director del instituto Clínico quirúrgico del Hospital de Clínicas de Buenos Aires, creó la Escuela de Anestesistas, la primera en el país y en Latinoamérica. Años más tarde, en 1936, será su colega Germán Wernike quien, en el Hospital Rivadavia, realizó las primeras anestesias con un barbitúrico endovenoso, el Hexobarbital. Posteriormente surgió en 1934, el Tiopental sódico extendiéndose su uso durante el siglo XX, hasta el surgimiento del Propofol, que lo sustituyo por sus ventajas, y seguridad, hasta nuestros días.

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