Lo sabían de antemano, pero cuando el diputado Francisco Quintana (Vamos Juntos) leyó el resultado de la votación anunciando la aprobación de la ley por la que se crea la Universidad Docente, no pudieron contener la angustia, entrecruzaron abrazos y rompieron en llanto. Los representantes de los 29 Institutos de Formación Docente fueron los únicos testigos que pudieron acceder a las gradas de la Legislatura Porteña. Una restricción sobredimensionada, fuera de contexto, impulsada por el miedo que envolvió a la bancada oficialista, que debió ingresar al palacio Ayerza durante la madrugada y retirarse del recinto evitando los pasillos. Algunos lo hicieron cabizbajos a sabiendas que habían levantado la mano para aprobar una ley que apuñala Institutos que, en algunos casos como el Joaquín V. González (creado en 1904), son centenarios. Los docentes rectores de estos institutos tuvieron paciencia budista al presentarse durante casi todo el año en los plenarios de la comisión de educación de la Legislatura Porteña. Lo hicieron buscando explicaciones de un proyecto que defendió en soledad Maximiliano Ferraro, el legislador oficialista que preside la comisión. Nadie más apareció en esas reuniones. No hubo especialistas en educación, ni funcionarios del área del Poder Ejecutivo que hayan intentado explicar la necesidad de la UniCABA. Para colmo, horas después de la aprobación de la ley, la Ministra de Educación, Soledad Acuña, que nunca se dio por enterada que debía dar explicaciones en la Legislatura, apareció en la TV ensalzando las bondades de la iniciativa. Podría tomarse esto último como una postal que resume la propuesta. La máxima autoridad educativa de la ciudad en el programa más embrutecedor y militante en la deformación de la realidad.