Por Claudio Leveroni
Hay fichas que se están moviendo en el tablero geopolítico mundial. Se percibe un escenario cada vez más multipolar. Las políticas de Washington están siendo jaqueadas, hace mucho tiempo que esto no ocurre. La Cumbre número XV del BRICS, que se desarrolló esta semana en Johannesburgo, concluyó con una determinación que acelera el tiempo de confrontación con el poder hegemónico dominante desde hace siete décadas por Estados Unidos
Sus cinco integrantes fundacionales, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica tomaron la decisión de fortalecer ese bloque económico incorporando a Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Etiopía y Argentina.
Ingresar a este bloque representa ser parte de un espacio económico que concentra más del 42% de la población del planeta, el 30% del territorio mundial, el 30% del PBI y el 18% del comercio que se realiza en todo el mundo. Este es el peso específico de un grupo de naciones que busca equilibrar el poder mundial. Desafía el totalitarismo económico que impone Estados Unidos desde el fin de la segunda guerra mundial.
El FMI, creado en las vísperas del segundo conflicto bélico mundial, ha oficiado desde su mismo inicio como representante de los intereses geopolíticos de Estados Unidos. Ser el acreedor central de países empobrecidos le permite a este organismo manejar sus economías.
Una tarea que comenzó a ejercer con mayor dominio a partir de agosto de 1971, cuando el entonces presidente Richard Nixon suspendió el régimen monetario internacional que regía hasta esos momentos y, en forma unilateral sin ningún consenso internacional, decidió que la moneda de su país, el dólar, ya no necesitaba al oro como respaldo. Para ese entonces el mundo comercial de la posguerra utilizaba esta moneda como intercambio para sus transacciones.
Descartar el patrón oro como respaldo del dólar no fue una reacción espontánea. Venía siendo analizado en la Casa Blanca desde tiempo atrás. Lo que si hubo fue un hecho puntual que alertó a Washington para asumir desembozadamente la superioridad del dólar sobre el resto de las monedas. Ocurrió en 1965 cuando el presidente de Francia, Charles de Gaulle, realizó una maniobra económica desafiante para los intereses estadounidenses. Buscó desnudar flaquezas en el poder de su moneda. Decidió convertir en oro 150 millones de dólares que el Estado francés tenía en sus reservas. Fue un ejemplo práctico con la intención de mostrar que no había suficiente oro en el mundo para respaldar la cantidad de dólares circulando. Desnudar la farsa del respaldo al dólar terminó provocando que en 1971 Nixon rompiera el acuerdo monetario entre las grandes potencias.
Hoy, las naciones del BRICS se plantan con un desafío que, en cierta forma, se asemeja a aquel de De Gaulle. Fortalecen un bloque y comienzan a utilizar un cóctel de monedas, con eje en el Yuan chino, para sus transacciones comerciales. Argentina ya utilizó esta posibilidad, afrontó dos vencimientos para el pago de la deuda que tomó Macri en 2018 con el FMI. Buscando mayor independencia del espacio Lula ya planteó en Johannesburgo la creación de una moneda propia del BRICS.
Atrapados en un concepto de llamativo cipayismo cultural los candidatos presidenciales de la derecha autóctona, Javier Milei y Patricia Bullrich, bramaron en contra del ingreso argentino al BRICS. Lo hicieron con argumentos de notable pobreza. El libertario llegó a señalar que, de ser presidente, no comerciará con países comunistas. Atrasa demasiado. Bullrich ni siquiera llegó a esa categoría, se envolvió en sus palabras sin poder resolver una regla de tres simple.
Argentina tiene en el BRICS una herramienta desde donde puede equilibrar su debilidad ante el FMI cuando negocia la enorme deuda macrista. Solo falta saber si en las urnas los argentinos estamos dispuestos, o no, a dejar nuestra soberanía política y economía como una Causa Pendiente.
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