Pensamiento nacional o colonial, una puja histórica con actualidad

Los pueblos construyen su personalidad con la acumulación de experiencias heredadas que se suman a las improntas que impone cada época. Esta región del planeta que habitamos ha tenido, seis siglos atrás, un relanzamiento político y social con la llegada colonizadora europea desplazando a los pueblos originarios. Ese acontecimiento instaló a América como una sociedad más joven en relación con nuestros pares del antiguo continente. Se trata de una condición que nos plantea una primera disyuntiva cultural, ¿pertenecemos a esta tierra o somos extranjeros que tan solo la ocupamos?

El grado de pertenencia a nuestra región es un hecho cultural que se construye en medio de debates y conflictos que van condicionando nuestras conductas. Tras la conquista América surgió como una fuente abastecedora de recursos primarios para las sociedades europeas, por lo tanto resultó determinante para defender los intereses de sus imperios, mantener el dominio cultural.

La pedagogía colonial nos induce a mirar nuestra realidad con ojos ajenos, es un instrumento poderoso utilizado por las potencias extranjeras para obstaculizar las posibilidades de emancipación de los pueblos. Fortalece una idea degradatoria de lo propio para instalar el afuera como una constante de mejor calidad de vida.

La pedagogía colonial consolida una idea pensamiento: en el extranjero es donde están los avances tecnológicos y el progreso científico. Desde la construcción de ese deseo de no pertenencia nace la dependencia cultural y en paralelo también la económica.

El primer presidente de nuestro país, Bernardino Rivadavia, nominado en la primera magistratura cuando aún no existía Argentina como tal y era las Provincias Unidas del Río de la Plata, fue un verdadero impulsor del pensamiento colonial. Lo fue al punto tal que se opuso a la gesta libertadora de San Martín. No le envió fondos para la misma por lo que el padre de la patria debió recurrir a la ayuda que le brindó el chileno Bernardo O’Higgins.

Rivadavia fue un mandatario obediente de los intereses británicos en el Río de la Plata. Lo fue a tal punto que se empecino en la tarea de hacer de Buenos Aires una ciudad con aspecto lo más parecido posible a una similar inglesa. Lo quiso hacer impulsando el adoquinado de sus calles o aplicar su iluminación a gas. La resistencia de los caudillos provinciales a su gobierno acaso fue uno de los primeros mojos de la conciencia nacional.

Como contrapartida a esa colonización del sentido común surgieron en América figuras de una impronta independentista muy fuerte, como San Martín, Bolivar, Artigas, O´Higgins o Belgrano. Ellos forjaron una primera y saludable grieta contra la dependencia cultural. Fortalecieron conceptos relacionados a una conciencia nacional desarraigada de intereses foráneos. Una tarea titánica para enfrentar a los adoradores de la pedagogía colonial.

Domingo Faustino Sarmiento fue uno de los tutores de la pedagogía colonial. Dejó testimonio en Facundo, Civilización y barbarie, un ensayo que publicó en 1845 y reeditó en varias oportunidades. En su interpretación la civilización es Europa, Norteamérica, representadas en nuestro país por los unitarios, el General Paz y Bernardino Rivadavia.​ La barbarie la identifica con América Latina, y en nuestras tierras con el campo, como símbolo del gaucho, los federales, Juan Manuel de Rosas y el caudillo riojano Facundo Quiroga.

Deslumbrado por el desarrollo de aquella Europa de fines del siglo XlX, llegó a la presidencia de la Nación convencido que el plan de aniquilación y trasplante era la mejor forma de garantizar una evolución de nuestra sociedad. En mucho ayudaría, para alcanzar ese objetivo, las corrientes migratorias que traían su cultura del viejo continente. Para Sarmiento los recién llegados traerían consigo valores que remplazarían a la vagancia y el pillaje, representados en los gauchos e indios.

La Buenos Aires de principio de siglo XX alimentaria a sus sectores sociales más influyentes con esta filosofía impulsada desde la llamada generación del 80 que comandaron las presidencias de Sarmiento, Mitre, Avellaneda y Roca.

Sarmiento fue el más destacado intelectual del pensamiento colonial que abrazó aquella generación del 80. Fue uno de los presidentes de una elite gobernante que se sucedieron a lo largo de más de 40 años, desde el mandato de Bartolomé Mitre en 1862 hasta la segunda presidencia de Julio Roca en 1904.

Durante este largo período de cuatro décadas, estimulados por la exaltación de la cultura europea, se impulsaron políticas para el ingreso masivo de inmigrantes europeos. No se trató de una determinación ingenua y de buenos oficios para quienes huían de guerras y crisis en el antiguo continente. Se lo hizo en la creencia que esa masa de nuevos habitantes en nuestro territorio desplazaría las corrientes culturales propias simbolizadas en el gaucho que eran despreciadas por aquella elite gobernante.

Con los inmigrantes llegarían también pensamientos rebeldes a las estructuras gubernamentales dominantes de la época. Los anarquistas se ubicaron en el centro del escenario político contestatario. Sus acciones determinaron que bajo la presidencia de Roca se sancione la Ley de Residencia, que permitía la expulsión inmediata de extranjeros activistas contrarios al régimen.

Las ideas revolucionarias de los anarquistas instalaron los cimientos de una época en la que comenzó a moldearse un esquema de pensamiento relacionado con la conciencia nacional. Se revalorizan las figuras históricas como las de San Martín y Belgrano que son verdaderas postas centrales para el rearmado de una identidad propia. Son años donde comienza a vislumbrarse con más claridad la existencia de los dos proyectos de país que ya estaban en pugna desde 1810: el librecambista portuario, y el proyecto independentista.

En paralelo a esa conciencia histórica se fueron moldeando también dos tipos de pensamientos: el colonial y el nacional. El primero reservado para quienes profesan, desde la continua degradación de lo propio de nuestra región, la necesidad de consolidar el proyecto de importar un modelo cultural tal como lo diseñó la generación del 80. El segundo pujando por consolidar una identidad cultural propia que incorpore al criollo, mestizo, paisano o indio.

El debate se encarnó con más fuerza en los sectores de la creciente clase media. Los más reaccionarios se peguntaban, ¿cómo nosotros, los latinoamericanos, vamos a desarrollar un modelo ideológico propio más allá o sin tener en cuenta de las doctrinas europeas?

La respuesta la comenzaron a dar notables pensadores como Raúl Scalabrini Ortiz o Arturo Jauretche que supieron describir con increíble crudeza esos mecanismos culturales de dominación que se utilizaban para que heche raíces el proyecto de dependencia que alentaba la degradación nacional.

En la argentina de los años treinta y cuarenta se hablaba despectivamente de lo inmenso que era el territorio de nuestro país. El mal que aqueja a la Argentina es la extensión se escuchaba decir por entonces. Jauretche bautizó como tilingos a aquellos que repetían y hacían suyas las consignas culturales que difaman lo propio.

Jauretche desnudó con aguda observación las comparaciones maliciosas a partir de la cual se buscó que el argentino medio incorpore un mecanismo de comparación compulsiva y permanente de elementos inverosímiles. Resaltaba afirmaciones que se multiplicaban en aquella época instaladas desde medios de comunicación. Latiguillos como que “el mar brasileño es mejor que el argentino”; “París es más bella que Buenos Aires”; “el Himalaya es más imponente que el Aconcagua”.  Jauretche instaló una mirada crítica para comprender que se trataba de frases formativas de la cultura colonial.

El resultado de estas comparaciones entre pensamiento nacional y pensamiento colonial, no hace simplemente referencia al funcionamiento de las instituciones, refiere también del perfil de una sociedad, y de sus habitantes. Dicho de otra forma más directa, no es que solo se instala la creencia que la policía británica es más honesta que la argentina, lo que es peor aún tenemos incorporado que el ciudadano británico es más honesto que el argentino, aunque haya pruebas históricas que demuestren todo lo contrario.

En los primeros años de la década del 50, en medio de un proceso de espectacular crecimiento productivo en el país, Luis Sandrini tenía en la radio un personaje que se encargó de describir al chanta argentino. Era la radiografía de un tipo quejoso que se anotaba en todas las críticas.

Para esta misma época, en que Luis Sandrini emitía estos monólogos radiales hablando del “chanta”, un grupo de intelectuales argentinos intentaba acompañar el proceso político que conducía Juan Domingo Perón. Una de las tareas apuntaba a deshilvanar la compleja madeja que representa la dependencia cultural, ¿Cómo funcionaba?, ¿Dónde se la podía apreciar? Y cuales eran sus consecuencias.

Cierto día Arturo Jauretche dio una conferencia en un auditorio con estudiantes universitarios. Viendo que sus explicaciones, sobre las influencias de la cultura importada, navegaban en la incomprensión de los asistentes, opto por ir a un ejemplo concreto. Pidió a los presentes que imaginen un planisferio mundial y ubiquen ahí a la Provincia de Buenos Aires. ¿Dónde la ha ubicado?, le preguntó a uno de los estudiantes. Abajo y en el sector izquierdo del mapa. ¿Por qué, ahí? Repreguntó Jauretche. “Porque así está en el planisferio” fue la respuesta.

Era la reflexión que esperaba Jauretche. En ese planisferio el hemisferio Norte se encuentra arriba, mientras que el sur fue ubicado abajo. El Mercator, que es el planisferio más difundido en la actualidad, fue pensado en el hemisferio norte. En el infinito estelar, que es donde navega nuestro planeta, no hay arriba ni abajo. Es decir, este mapa mundial fue diseñado y pensado bajo los intereses de quien lo hizo. Aún más, los planisferios hechos por Norteamérica tienen en el centro a América, mientras que los que están hechos en Europa tienen al viejo continente en el centro.

Arturo Jauretche perteneció a una corriente de pensadores nacionales que, tras la caída del gobierno de Hipólito Irigoyen en 1930, conformaron la agrupación reconocida bajo las siglas de FORJA. (Fuerza de orientación Radical de la Joven Argentina). Se trató de una agrupación con gran capacidad de movilización y llegada a los sectores medios de la sociedad argentina.

Su documento inaugural llevó el título “Somos una argentina colonial. Queremos ser una Argentina libre”. FORJA fue un extraordinario laboratorio de ideas que alimentó el pensamiento nacional en las décadas siguientes. Intelectuales de la talla de Arturo Jauretche, Homero Manzi, Scalabrini Ortiz y Luis Dellepiane, entre otros, serían los principales referentes.

FORJA sumó gente de distintas extracciones ideológicas: Hombres de izquierda, nacionalistas y anarquistas que intercambiaban ideas. Como diría Jauretche, “Cada uno tenía al llegar su propia visión del mundo, su propia fórmula, su propia solución. Hubo que resignar toda vanidad intelectual (…) Todos teníamos por delante un árbol que impedía ver el bosque, pero en la comunidad de la esperanza argentina hemos logrado ordenar el paisaje para darnos una visión integral del panorama…”.

FORJA no tenía una vida de comité cerrada, ajena a la lucha diaria, a los golpes y las trifulcas; en sus primeros tres años se realizaron cerca de 3.000 mil actos callejeros, con un cajón de cerveza como todo palco para el orador, sin micrófonos, sin tampoco demasiado público. La traza que dibujó este grupo de intelectuales argentinos quedo reflejada en la película Sur de Pino Solanas.

En 1937 se levantó en Buenos Aires un monumento a George Canning. FORJA emitió un documento recordando quien era realmente Canning, transcribiendo una frase suya de 1824 que decía: “la América española es libre, y si nosotros los ingleses manejamos nuestros negocios con habilidad, ella será inglesa´.

Forja dejó de existir cuando la década infame llegó a su fin. Sus integrantes se sumaron a la movilización del 17 de octubre de 1945, más tarde se integraron al peronismo. Fue después de haber aportado cientos de documentos, en los que desparramaron ideas que alentaron la conciencia nacional.

Pasan los años y Argentina debate por estos días el mismo dilema político cultural un conflicto que ya es parte de nuestro identidad y solo quedará resuelto cuando definamos si pertenecemos a esta tierra o somos extranjeros que tan solo la ocupamos.

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