Los límites de la violencia política

Por Claudio Leveroni

El hombre se acercó y lo maldijo una y otra vez, lo hizo lanzando susurros en tono elevado, “Te voy a matar”, repitió brotando odio en cada palabra y gesto de su robusta figura. No contento con la amenaza puso su rostro a pocos centímetros del periodista que estaba sentado en el restaurante de Nordelta junto a su mujer y pequeño hijo. Hubo una última amenaza y un escupitajo final que estampó en el rostro de la víctima de una agresión inmersa en la violencia política. La escena la sufrió Pablo Duggan la semana pasada.

La agresión no fue gratis para el atacante, un hombre de 47 años empleado en una empresa de Marketing que lo despidió apenas el hecho tomó relevancia en los medios de comunicación. El inmediato llamado de Duggan al 911 determinó la llegada de un móvil policial que detuvo al agresor quien pasó la noche detenido y ahora debe soportar las consecuencias de una causa judicial.

No es el único caso de violencia política con estas características. La propia vicepresidenta lo sufrió en carne propia y podría haberle costado la vida. Mucha gente pública sufre agresiones de distinto calibre por exponer sus ideas y apoyo a una causa política. La violencia que anida en muchas personas las puede colocar como potenciales asesinos si sus bajos instintos son alimentados diariamente con mensajes de odio propagados por medios y figuras prominentes de la vida política y social.

En tiempos preelectorales los límites se exacerban aún más. En estos días, además, se montan sobre un espacio negacionista de nuestra historia reciente. Dos de los tres candidatos presidenciales con mayores posibilidades de llegar a Casa Rosada, están parados en ese lugar con acciones concretas. Los discursos de Javier Miley y Patricia Bullrich van en ese camino. Avivan el odio con términos como “exterminar” al kirchnerismo en el caso de la candidata de Juntos por el Cambio, hasta el de encolumnar la figura del papa Francisco como enviado del diablo expuesto por el candidato libertario.

Reciben esa descarga virulenta personajes que están al límite de un accionar socialmente razonable que ya conviven en espacios donde se descargan discursos de extremo malestar y sin mirada crítica sobre la violencia. Aniquilar al otro surge como una resolución en los supuestos conflictos que allí aparecen, siempre exacerbados por una verborragia cargada de adjetivos miserables que recaen sobre determinadas figuras.

Lo que le ocurrió a Duggan pudo terminar en una situación mucho más grave aún. No se trata solo del atacante en cuestión que estaba alentado por la mujer que lo acompañaba. Hay un clima violento de época en ciernes. El resultado de la elección presidencial terminará siendo un guiño de aceptación de la sociedad a esa violencia, o puede ser una barrera que le ponga límites.

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