Por Felipe Efele

Thomas Jefferson, el tercer presidente de los Estados Unidos que abarcó el período 1801- 1809, es el principal autor de la Declaración de la Independencia del país del norte, un hecho que ocurrió el 4 de julio de 1776. Curiosamente Jefferson falleció ese mismo día, pero 50 años más tarde, en 1826. Sobrevivió medio siglo después de la jornada fundacional que lo tuvo entre los principales protagonistas. Tiempo suficiente para que él mismo pueda hacer observaciones sobre los primeros pasos de aquella democracia en su país.

Bajo ese contexto, y poco tiempo antes de morir, Jefferson dejó un valioso testimonio. Analizó esas cinco primeras décadas de EEUU valorando las conquistas logradas al tiempo que advertía sobre la necesidad de estar atentos a los ataques de quienes no buscaban fortalecer los cimientos de esa democracia. Jefferson identificó a dos grandes grupos en la puja por el armado del modelo de país, los aristócratas y los demócratas.

Jefferson aseguraba que los Aristócratas le temen al pueblo, desconfían de él, y por eso direccionan sus objetivos en quitarle las herramientas que ofrece la democracia y puedan darle poder al pueblo. Solo conciben en las clases altas la tenencia de ese poder. En cambio, para Jefferson, los demócratas confían en el pueblo y creen que es el depositario más honesto y seguro del interés público, aunque quizás no sea el más sabio.

Jefferson fue más lejos aún en estas definiciones. Buscó dejar en claro intereses y objetivos de estos dos sectores. No temió identificar a quienes corroen el interés público. Apuntó directamente al peligro que representaban las instituciones bancarias y las sociedades mercantiles. Presagiaba que el crecimiento de ambas corporaciones sería una victoria de la aristocracia y una derrota de la revolución estadounidense.

Pasaron casi 200 años de estas reflexiones realizadas por unos de los intelectuales más destacados del pensamiento político que formateo la democracia en Estados Unidos. Su vigencia es notable y trasciende fronteras. El fortalecimiento del poder de aquellas sociedades mercantiles y bancos que Jefferson definía como arietes del poder de la aristocracia, hoy se encuentran representados en grandes grupos empresarios que se han encargado de deshilachar las democracias y vaciarlas de valores que estén relacionados con una mejor distribución de las riquezas y la ampliación de derechos e igualdades.

Aquella aristocracia, que Jefferson supo describir como defensora de los intereses de los sectores económicamente más empoderados, ha logrado en la actualidad controlar los principales resortes de la administración de la economía mundial dejando como resultado la constante ampliación de la brecha existente entre el pequeño puñado de ricos y la amplia franja de pobres que habitan en cada región del mundo.

El resultado de esa administración de poder que mantienen los grandes grupos económicos se refleja en informes anuales de Oxfam Internacional. El último de ellos, del 16 de enero último, señala que durante la última década, los súper ricos han acaparado el 50 % de la nueva riqueza generada en el mundo. La fortuna de los milmillonarios está creciendo a un ritmo de 2700 millones de dólares por día. Esto sucede al mismo tiempo que al menos 1700 millones de trabajadores viven en países en los que la inflación crece por encima de los salarios.

La riqueza de los mil más millonarios ha aumentado a un ritmo desconcertante. Desde 2020, con la pandemia y la crisis del costo de vida golpeando el planeta, el 1 % más rico acaparó 26 billones de dólares que es equivalente al 63 % de la nueva riqueza generada en todo el mundo, mientras que tan solo 16 billones de dólares (el 37 %) se distribuyó para el resto de la población mundial.

Por cada dólar de la nueva riqueza global que percibe una persona perteneciente al 90 % más pobre de la humanidad, un milmillonario embolsa 1.700.000 dólares. Este último dato reseña que la fortuna de los milmillonarios ha crecido a un ritmo de 2700 millones de dólares diarios.

El informe de Oxfam Internacional revela que 95 grandes empresas de energía y de alimentación han más que duplicado sus ganancias en el 2022. Ni siquiera se trata de una ganancia que reinvierten para generar más opciones laborales. Estas empresas generaron el año pasado beneficios extraordinarios por un total de 306.000 millones de dólares, de los cuales destinaron 257.000 millones de dólares (es decir el 84 %) a remunerar a sus ricos accionistas.

La dinastía familiar Walton, propietaria del 50 % de la multinacional Walmart, recibió 8500 millones de dólares de dividendos a lo largo del año pasado. Solo en 2022, la riqueza del milmillonario indio Gautam Adani, propietario de grandes compañías energéticas, se ha incrementado en 42.000 millones de dólares (un 46 %). En Australia, Estados Unidos y el Reino Unido, estos enormes beneficios empresariales han contribuido como mínimo al 50 % del crecimiento de la inflación.

La disparidad entre ricos y pobres es escalofriante. Las 26 personas más ricas del mundo concentran más del 50% de la riqueza mundial, y en un solo año sus fortunas aumentaron en un 12%. Mientras tanto, al menos 1700 millones de trabajadores viven en países donde el crecimiento de la inflación se sitúa por encima de los salarios, y más de 820 millones de personas en todo el mundo (aproximadamente una de cada diez) pasan hambre.

Según el Banco Mundial el mundo se encuentra ante el mayor incremento en la desigualdad entre países desde la Segunda Guerra Mundial. Hay naciones que se encuentran al borde de la bancarrota. Los más pobres destinan cuatro veces más recursos al servicio de la deuda (en manos de ricos acreedores) que a los servicios de salud pública. Tres de cada cuatro Gobiernos del mundo tienen previsto recortar el gasto público por un importe total de 7,8 billones de dólares aplicando medidas de austeridad durante los próximos cinco años, lo que se extiende a los sectores de la salud y la educación.

La desigualdad en los tributos impositivos es brutal. Oxfam informa que Elon Musk, uno de los 26 hombres más ricos del mundo, pagó impuestos que representan alrededor del 3 % de su fortuna entre 2014 y 2018. Sin embargo, Aber Christine, vendedora de harina de Uganda, paga en impuestos el 40 % de lo que logra facturar, ganando apenas 80 dólares al mes.

Esos 26 hipermillonarios que enumera el informe de Oxfam representan los intereses de cientos de empresas. Son sus dueños o mantienen una activa participación. Conglomerados de negocios que se constituyen bajo criterios alejados de valores democráticos. Son empresas armadas bajo un esquema de estructuras feudales que multiplican su poder exigiéndole a los países donde operan tener privilegios. Un sistema extorsivo que ha servido para ampliar cada vez más la brecha de la desigualdad.

Empresas que en muchos de esos países se adueñaron también del poder institucional. Acaso, Argentina ya pueda ser considerada una de esas naciones después de padecer la presidencia de uno de sus multimillonarios, Mauricio Macri, quién representó con absoluta impunidad los intereses empresarios más empoderados en nuestra región. Su derrota electoral en 2019 fue solo eso. Una derrota en el marco de una elección presidencial, las consecuencias de esos cuatro años representan en la actualidad un verdadero grillete para el despegue argentino.

Macri desplegó no solo un endeudamiento brutal con la toma de 46 mil millones de dólares que obligó a nuestro país a regresar a los mandatos del FMI. También se encargó de acomodar en dirección a los intereses que defiende a un sector sensible del poder judicial, colocando o capturando a magistrados del fuero federal y hasta de la mismísima Corte Suprema de Justicia.

Las naciones democráticas corren con enorme desventaja ante semejante concentración de poder. No solo por lo que representa confrontar con quienes son portadores de un capital suficiente que funciona como eficaz lubricante para aceitar las bisagras de la corrupción, hay también una cultura del sometimiento que echó raíces y se ramificó como idea entre la ciudadanía local.

La democracia se sostiene sobre bases de libertad, igualdad y solidaridad. Tres pilares culturales que se deben construir impulsando al conjunto de la sociedad a una activa participación que permita establecer un orden social lo más amplio y justo posible. Crear estas condiciones representa un enorme esfuerzo colectivo. Una tarea ardua que lleva tiempo hasta alcanzar consensos para medianamente consolidarla.

En cambio, las grandes corporaciones que comandan, entre otros, esos 26 multimillonarios que describe el informe de la Oxfam, operan con valores totalmente distintos a las democracias y tienen un solo y único objetivo: multiplicar sus ganancias. Corporaciones que se sostienen sobre una estructura piramidal donde no se busca el consenso de todos sus integrantes para definir estrategias. Rige un principio feudal que admite que solo un grupo selecto toma las determinaciones.

La meta de las empresas es una: obtener ganancias como sea. Pueden inundar de plástico el planeta y no hacerse cargo de ello. Por el contrario, apuntaran a los Estados la responsabilidad de mantener limpio el medio ambiente mientras sus producciones atentan contra la calidad de vida del conjunto de la población. Más aún, se encargarán de remarcar la ineficacia de los gobiernos y sus Estados para controla la polución y en una extraordinaria demostración de hipocresía crean fundaciones que cooperan a limpiar la contaminación que estos mismos conglomerados industriales generan. Un doble discurso que les permite seguir engullendo ganancias, y mostrarse a tono con estos tiempos de saludable cultura ecológica que atravesamos.

La imagen de los conglomerados empresariales difícilmente quede dañada por más perjurio que cometan, mantienen dentro de su propio esquema de poder estructuras comunicacionales que penetran diariamente a cada hogar del planeta.

En ese frenesí comunicacional que despliegan apelan a fortalecer el individualismo como un valor en la conducta social. Así fueron construyendo exitosamente una cultura que sustenta la rentabilidad de sus empresas como principio rector derrumbando iniciativas que puedan atentar contra la dinámica de sus negocios.

En 1975 Ariel Ciro Rietti, un inventor argentino, fundó el Primer Laboratorio Solar de Investigaciones Científicas. Colocó una lámpara en la puerta de su casa que funcionaba con energía solar y alumbraba permanentemente a los peatones día y noche.

Dos años más tarde, en 1977, Rietti diseñó el primer auto eléctrico solar que construyó en la azotea de su casa que comenzó a circular en octubre por las calles de Buenos Aires. El “Ariel-Ra” fue el primer vehículo argentino impulsado a energía solar, Rietti logró que se subieran celebridades como Juan Manuel Fangio, Oscar Gálvez, Arturo Illia y Jorge Luis Borges entre otros.

En 1981 Rietti perfeccionó su automóvil, que además de captar la energía del Sol por medio de celdas solares de silicio, obtenía energía de la gravedad y de la inercia para su propulsión. Llegaba a circular a una velocidad máxima de 60 km. por hora con una autonomía de 100 kilómetros. Ninguna terminal automotriz se interesó en desarrollarlo. Sus negocios apuntalaban la contaminación incentivando motores de alta cilindrada para combustible con más octanaje.

En esa misma época de florecimiento petrolero ninguna empresa apuntó a desarrollar un automóvil que funcione con energía limpia pese a que esa posibilidad ya existía. Más aún, aplicaban y publicitaban naftas con mayor octanaje para darle más pique y potencia a los motores y también producían más contaminación. Cuando la ecología fue negocio, recién ahí, aparecieron los llamados combustibles verdes.

La voracidad de las corporaciones no tiene frontera. Preston Tucker fue un empresario y diseñador de automóviles estadounidense que en 1948 fabricó un coche con características innovadoras por su alto nivel de seguridad, estilo aerodinámico y futurista. Sus especificaciones técnicas mostraban un motor trasero, frenos de disco, inyección de combustible, la ubicación de todos los instrumentos en el diámetro del volante, cinturones de seguridad, faros delanteros que giraban junto al automóvil y vidrios inastillables.

La aplicación de estas características en la industria automotriz habría mejorado la calidad y seguridad en los autos y las personas. Lejos de entenderlo así las corporaciones fueron implacables con el genio de Tucker. Las principales terminales automotrices combatieron al inventor. Lo demandaron por fraude a través de la Comisión de bolsas y títulos valores, hasta dejarlo en la ruina.

Volviendo al principio de este informe, Noam Chomsky asegura que liberales como Jefferson que son más estadounidenses que la estatua de la libertad, al ser leídos hoy parecen marxistas de los más delirantes. El filósofo estadounidense remata esa observación indicando que se trata de una demostración de cuanto se ha deteriorado nuestra vida intelectual, no permitiendo que identifiquemos lo que se ve a simple vista.

Quienes diseñan las rutas de la evolución de nuestras necesidades, de nuestros deseos y manejan los tiempos fijando políticas para cada época, son quienes concentran para sí las grandes riquezas. Una avaricia que somete a las grandes mayorías mundiales a convivir con una pobreza creciente y habitar naciones que ven jaqueadas sus democracias cuando resultan ser genuinas representantes de los intereses populares.