El reverdecer del viejo modelo caricativo y no solidario

Por Claudio Leveroni

Los planteos disparatados que brotan desde sectores políticos representativos de la derecha nativa aturden el sentido común. Se trata de un interminable repertorio de propuestas que van en todas las direcciones: La legalización de la venta de órganos; un modelo de dolarización que los argentinos ya sufrimos; reemplazar la educación pública por váuchers, y definiciones virulentas que llegaron al extremo de plantear al Papa Francisco como un representante del diablo.

Que existan personajes descalibrados proponiendo cosas así no sorprende tanto como la multiplicación de adhesiones que reciben. Las ideologías representan escalas de valores, una forma de pensar la vida. La derecha expone los suyos. Lo hace priorizando lo propio de cada individuo por encima de lo colectivo. Observa la igualdad social como un riesgo que amenaza el derecho a la propiedad o la libertad de empresa.

Son premisas que conllevan una mirada socialmente muy egoísta. Puesta en boca de personajes limítrofes y muy embrutecedores se transforman en combustible explosivo para la vida en democracia. Para comprender porque estos personajes están teniendo una recepción positiva en una franja numéricamente importante de argentinos, hay que comenzar aceptando que nuestro ADN tiene estas ideas incorporadas.

El egoísmo es parte de nuestra naturaleza. Convive un ser de derecha en nosotros mismos. Se le contrapone una plataforma cultural que reivindica la nobleza de la solidaridad.

Solidaridad y egoísmo es una confrontación interna que se ha planteado en el hombre en su evolución en sociedad. En la era contemporánea el egoísmo social comenzó a quedar acorralado en esta pulseada. Para su supervivencia encontró dos variantes: Primero fue la caridad, intentando emparentarla con la solidaridad. Más tarde recurrió a una antigua consigna, la meritocracia traída en estos días como si todos partiéramos en la vida del mismo lugar.

La caridad, dar lo que te sobra lo que ya no utilizamos o no queremos tener, no es un acto solidario. Es apenas una mala simulación. Promoverla es una forma de reafirmar la no disposición a construir una sociedad más igualitaria. La meritocracia, planteada sin un principio de igualdad deja las posibilidades de un mejor vivir a quienes tienen orígenes más confortables para desarrollarse en la vida. Una sociedad solidaria se construye con justicia social.

Hay un capítulo de nuestra historia que refleja como pocos la diferencia y confrontación que existen entre los modelos de organización social que están en pugna. Se remonta a los años donde tuvo inicio el concepto de justicia social.

La Sociedad de la Beneficencia fue una institución creada por Bernardino Rivadavia en 1823. Era administrada por damas pertenecientes a la oligarquía porteña que desarrollaban acciones de ayuda bajo el concepto de limosna y caridad. Siempre mantenía como presidenta honoraria a la esposa de quien fuese presidente de la República.

En 1946, poco después que Perón asumió la presidencia, las damas de esta sociedad se negaron a aceptar a Eva Perón como su presidenta honoraria. Dos años después la Sociedad dejó de existir. Con la fuerza de la justicia social surgió como contracara la Fundación Eva Perón, cuyo objetivo fue contribuir a una vida digna de los sectores más vulnerables. No solo entregaba alimentos, ropa y juguetes, también construyó viviendas, hogares de ancianos, policlínicos, centros recreativos y hogares para madres solteras.

Pasaron 75 años y el desafío para los argentinos se mantiene en carriles similares. Las aristas grotescas que presentan los aspirantes de la derecha autóctona recrean en estos días el pensamiento de aquellas damas de caridad.

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