Por Claudio Leveroni
Las experiencias personales suelen ser de gran aprendizaje para observar detalles de importancia en nuestro diario vivir. Comparto algo que me sucedió esta semana. Tomás es el verdulero de mi barrio, días pasados le pregunte haciendo una compra, si tenía brócoli.
“Lo dejé afuera de lo que traje hoy del mercado central, estaba muy caro”, me respondió. Me pareció sensato, además de cuidar el bolsillo propio Tomás también cuidaba el de sus clientes.
Esta semana fui al Jumbo, que también tengo cerca de casa, para hacer una pequeña compra. Tuve que mirar varias veces el precio de dos pequeños choclos, tan pequeños como la palma de mi mano, que se ofrecían a $1.400. Es decir, $700 la unidad. Creí que se trataba de una marcación fallida para un producto tan propio de nuestra tierra. Corroboré con celeridad que no era un error. Toda la enorme pila de choclos, ubicada estratégicamente a pasos de la puerta de entrada del enorme local, ofrecía el mismo precio por esas dos diminutas unidades.
Me quedé un rato cerca de los cotizados choclos. Me ganó la curiosidad por saber si se vendían, si alguien los incorporaba al carrito de compras. Primero, fue una señora. Tomó el paquete y casi de inmediato con asombro buscó una mirada cómplice. “¿Vio usted esto?”, señaló mostrándome el mismo paquete que yo había visto antes. “A donde vamos a parar con esta inflación”, lanzó la mujer después de dejar los choclos en la pila. Su actitud redoblo mi curiosidad.
En pocos minutos fueron varias las personas que reaccionaron de la misma forma que la señora. Ninguno llevó los choclos. Recordé entonces la sabia reflexión de Tomás y los brócolis. ¿Porqué este supermercado no hace lo mismo?, porqué no cuida su bolsillo y el de sus clientes. Porqué ofrece a un precio absolutamente disparatado dos miserable e ínfimos choclos a sabiendas que no los va a vender. Deberá tirarlos en pocos días más.
¿Acaso la pequeña verdulería de Tomás maneja mejor criterio de compra y venta de frutas, verduras y hortalizas que esta cadena internacional de supermercados?
La respuesta surge por añadidura para cualquier buen observador. Arrojar al cesto de basura kilos y kilos de choclos no representa mayor costo para una empresa de esta envergadura. Esa pérdida está justificada por el origen real que, en forma indisimulable, parecen perseguir. Exaltar aún más el enojo de la gente por la inflación existente, fortalecer la ira del consumidor mostrando precios disparatados en productos habitualmente muy accesibles.
Así planteadas las cosas las reacciones se multiplicarán al compas del ejemplo. La señora compartirá su indignación con vecinos y familiares. “¿Sabes a cuento estaban dos choclitos?”, relatarán con lógico tono de espanto ante sus ocasionales interlocutores.
Muchas empresas juegan su partido electoral, no son imparciales. Atienden sus propios intereses. Lo hacen a hurtadillas, ingresando en puntas de pie a la conciencia de la gente.
Los valores de Tomás, el verdulero de mi barrio, son infinitamente más leales y honestos, comparado con los atropellos de los grandes mandantes del comercio. Reconocerlos es una forma saludable de mejorar nuestra calidad de vida para que la misma no quede como una Causa Pendiente.
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