Por Felipe Efele

Sobrevuela en el gobierno un clima de optimismo relacionado a una observación exitosa que hacen del ajuste que vienen aplicando. Ningún primera línea oculta cierto orgullo cuando hablan, por ejemplo, de los despidos masivos de trabajadores en distintas áreas del Estado, o de la reducción salarial que ese sector padece. Aunque resulte extraño observan la pérdida de poder adquisitivo de esa masa de empleados públicos como un éxito de gestión. Lo ligan al objetivo central del gobierno focalizado en la reducción del Estado a cualquier precio.

Bajo ese manto de optimismo tan particular se construyen estrategias con la mirada puesta en el proceso electoral del año próximo, al que consideran determinante para poder profundizar un mayor ajuste y achicamiento del Estado a partir del desprendimiento de activos que consideran deben estar en manos privadas.

Bajo estas premisas Milei fortalece su perfil de duro e inflexible. Sus más allegados colaboradores explican que ese es uno de los fuertes que tiene a la hora de cosechar adhesiones. Días atrás, cuando un acreditado en Casa Rosada consultó si no era demasiado que  el presidente en varias oportunidades califique en actos públicos como “hijos de puta” a opositores (llegó a decirlo sobre el fallecido ex ministro de salud Ginés González García cuando aún lo estaban velando), el interlocutor en cuestión justificó el nivel de puteadas asegurando que representa el sentimiento de un sector la población. “Nosotros somos las rebeldía”, señaló sin sonrojarse.

En paralelo al manejo de la imagen presidencial y su protagonismo como ajustador serial, hay también un manejo en la estrategia de alianzas. Convencidos que el electorado del Pro está asumiendo una masiva adhesión a las políticas del gobierno, le bajan el precio a los encuentros con Macri. Las reuniones con el ex presidente ya no son con Milei. Es el influyente asesor Santiago Caputo quien tomo ese lugar, aunque también lo hace con cierta displicencia.

Milei se encargó en los últimos días de coquetear con los gobernadores radicales y también del Pro. Los primeros salieron del encuentro mostrando sonrisas y haciendo declaraciones optimistas pese a que no hubo ninguna promesa concreta como podría haber sido en obra pública. Los amarillos, en cambio, fueron más precavidos. Se marcharon de la Rosada sin hacer declaraciones.