1975: Lo sucedido en Monte Chingolo en primera persona

Por Héctor Gómez

Era 23 de diciembre de 1975. Se levantó como siempre a las seis de la mañana. Después de la ducha y tomando mate con Nelly, ella comentó que la radio había informado sobre un atentado bastante serio ocurrido en un extraño lugar con nombre de pajarito. Escuchó eso, sin darle demasiada importancia por no recordar lugares con nombres de ese tipo. Terminados los mates se despidió con un beso a ella y al niño que aún dormía. Bajó a la calle, caminó hasta el estacionamiento de la otra cuadra y retiró el Falcon que la empresa le había provisto.

Mañana de verano con la clásica caricia húmeda de un Buenos Aires agitado por la cercanía de fin de año. De sobra conocía el camino que desde Flores lo llevaba a la fábrica donde trabajaba desde hacía años, ubicada en el cruce del Camino General Belgrano con la avenida Pasco (hoy Tomás Flores) en el límite oeste de Bernal. El tránsito era movido esa mañana en tiempo cercanos a las fiestas. Accedió al cruce del Camino por la calle Zapiola y dejó el auto en la estación de servicio para que lo lavaran. Había llamado su atención un colectivo totalmente quemado estacionado unos metros antes del cruce. Le hizo un gesto señalando eso al encargado del lavadero y éste apenas contestó, refiriéndose como al descuido, que había sido una noche muy agitada.

Caminó despreocupadamente, la dos cuadras que lo llevaban a la fábrica, lo hizo pensando más en el viaje que al día siguiente emprendería con Nelly y Martincito a la Villa de Merlo en San Luis. Allí compartirían, con la tía y los abuelos, las fiestas de fin de año, disfrutando además del hermoso clima serrano del lugar.

Al llegar a la esquina de la rotonda caminó hacia un senderito que, atravesando un pastizal, acortaba en diagonal el rumbo hacia la entrada de la fábrica. Le llamó a atención la cantidad de zapatos y zapatillas, en algunos casos bastante deteriorados, desparramados por el piso del sendero. Mientras caminaba pensó en el abandono de algún ciruja que juntaría ese calzado para revenderlo. Ni imaginaba que era el calzado de muertos que habían sido recogidos la noche anterior después de una violenta batalla que se había producido en el Camino cruzando sobre el puente del Arroyo San Francisco, apenas 200 metros hacia el sur del cruce con Pasco.

Aquella había sido una noche de corridas tiros, batir de ametralladoras y sobrevuelos de helicópteros sobre el techo de la fábrica. Así le contaron sus compañeros una vez instalado en su escritorio de gerente de ventas. Desde allí tuvo un panorama más detallado visualizando las chapas perforadas por la metralla de los helicópteros militares que esa noche, sin discriminar espacios, habían disparado a voluntad.

Los casi ochenta obreros que estaban por salir al fin de su turno tuvieron que refugiarse, junto con los veinte que entraban al de la noche, debajo de las extensas piletas de cemento ubicadas detrás de los tanques de chapa que ahí se construían. Otros se refugiaron en las oficinas. Todo el personal a esa hora de la tarde era masculino, las empleadas de los escritorios ya se habían retirado con la sola excepción de la jefa de personal que al percibir los disparos de metralla que perforaban las chapas, paso largo tiempo debajo de una de aquellas piletas de cemento ubicada en el centro del taller.

Mientras recibía la información de aquellos pobres compañeros de trabajo aterrados por lo ocurrido, pensó en su propia suerte. Se había retirado un poco más temprano el día anterior para ir al centro de Quilmes a comprar la tele a colores que le había prometido a Martincito. Aquella mañana de diciembre nadie conocía la triste realidad de la matanza que se había producido ante el dislocado ataque de partidarios del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) a una guarnición militar integrada por personal que, desde varios días antes, ya conocían las intenciones guerrilleras. Era el Batallón Domingo Viejobueno, ubicado precisamente ahí, en Monte Chingolo.

Años después, desde San Petersburgo, donde residía en su calidad de director permanente de la orquesta del Teatro Mariinsky de esa ciudad, Gustavo Plis Sterenberg dedicaría a su hijo León el libro “Monte Chingolo, la mayor batalla de la guerrilla argentina” publicado en 2009 por Planeta. Una edición de 440 páginas, donde relata ese combate, sus antecedentes y menciona en detalle a gran parte de los guerrilleros participantes.

En las páginas 219 a 226 relata crudamente lo que fue ese duro enfrentamiento, que sucedió a solo doscientos metros de la Fabrica, con derrota y muchas perdidas por parte de los guerrilleros. Casi 60 muertos de militantes del ERP, cerca de 15 fallecidos pertenecientes al ejército y persona desconocidas. Algunos cuerpos no identificados figuran en su relato sobre los muertos de esa batalla nocturna que duró largas horas. Su detallada descripción y la cercanía a la Fábrica explican el calzado abandonado esa mañana.

Gran cantidad de heridos por ambos bandos demuestran la dureza del enfrentamiento en aquella noche cercana a la Navidad del 75, tres meses antes del golpe de Estado. Gustavo Plis, que a su vuelta a la Argentina dirigirá durante años la Orquesta Provincial de Bahía Blanca, falleció finalmente en San Juan en el 2017 donde residía, producto de una herida de bala por un hecho confuso, o a causa de un intento de suicidio, según la noticia publicada en el periódico La Nueva de Bahía Blanca. Sufría en ese tiempo del mal de Parkinson y risueñamente se auto titulaba Robocop comentando el haber superado aquel enfrentamiento más un implante de titanio en un hombro y también un chip que tenía colocado en el cerebro.

7 de mayo de 2025

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