La avaricia de los países ricos en tiempos de pandemia atenta contra la salud de la población de las naciones más empobrecidas del planeta. Una demostración de ello es la actitud que asumió Canadá con la exagerada compra de 400 millones de dosis de vacunas contra el covid-19 para un país que tiene 38 millones de habitantes (se necesitan dos dosis por paciente).
Los laboratorios han encarado la producción de vacunas para satisfacer la primera demanda de países ricos que están haciendo pedidos desmedidos, en tanto que los más pobres deberán esperar a último turno. La capacidad de producción tiene límites y busca satisfacer, en primer término, a quienes poseen capacidad de pago inmediato. Se estima que la vacuna llegará a África recién en 2022. El Papa Francisco ha sido uno de los personajes mundiales que realizó un llamado a ser solidarios y evitar que la enfermedad golpee con más dureza en regiones con menos recursos económicos.
La grosera actitud de Canadá despertó críticas generando la reacción de su gobierno. El primer ministro canadiense Justin Trudeau declaró este viernes que su país está listo para compartir con el resto del mundo cualquier excedente que le quede luego de inocular a su población. Pareció irónico el mensaje si se mide la cantidad de vacunas compradas con la población existente en esa nación. El mundo no parece necesitar caridad en estos tiempos, más bien resulta imperioso aflorar gestos de solidaridad que permitan igualar condiciones.
Otro caso similar al de Canadá, aunque menos grotesco en cifras, se ha dado en Suiza. La nación europea, que tiene 8,6 millones de habitantes, autorizó este viernes la vacuna de los laboratorios Pfizer/BioNTech y se aseguró el acceso a 15,8 millones de dosis de vacunas, negociadas con tres laboratorios diferentes: tres millones con Pfizer-BioNTech, 7,5 millones con Moderna y 5,3 millones de dosis con AstraZeneca.
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