“Hay que aprender a vivir en pluralidad”, ese es el desafío que planteó esta semana el presidente Lula ante diez mandatarios de la región reunidos en Brasilia para reoxigenar UNASUR, la organización que se formalizó hace 15 años impulsada por quienes comandaban los destinos de una docena de países sudamericanos alineados en un sendero similar de pensamiento político.

El evento que abrió el camino definitivo a la constitución de UNASUR ocurrió durante la tercera Reunión de Presidentes de América del Sur, convocada el 8 de diciembre de 2004 en Cuzco, Perú. La idea de aquel plenario fue unir en una sola organización a las dos grandes fuerzas regionales existentes: el Mercosur, y el bloque oeste conformado por la Comunidad Andina.

Tuvieron que pasar cuatro años de aquella cumbre de Cuzco para formalizar UNASUR. Su nacimiento se formalizó en abril 2008. Surgió como un proyecto de perfil progresista. Fue su principal fogonero el presidente venezolano Hugo Chávez. Él tomó la iniciativa de Cuzco, la militó llamando a la integración regional. La bautizó con el nombre de Unión de Naciones Suramericanas, de cuya abreviatura surgirá UNASUR. La militancia de Chávez en este proyecto fue apuntalada con determinación política por Lula Da Silva, Néstor Kirchner, Rafael Correa, y Evo Morales.

UNASUR impulsó una serie de proyectos a largo plazo con la mirada de integrar a Sudamérica. Dos de los más importantes, por trascendencia y coincidencias, fueron la construcción de una carretera interoceánica que abra el paso de Brasil hacia el Océano Pacífico, y el establecimiento del libre comercio con la creación de una moneda única.

El 4 de mayo de 2010 Néstor Kirchner fue elegido primer secretario general de la Unasur, desde donde trabajó para hacer de ese organismo una herramienta fundamental para la integración, y defender la estabilidad democrática y la paz en toda la región.

Como titular de Unasur, Kirchner aplicó el mismo perfil integracionista y de constructor de consensos que tuvo desde el inicio de su gestión presidencial.  Su intermediación y participación activa fue determinante para frenar intentos de golpe de Estado en Bolivia, contra Evo Morales, y en Ecuador, contra Rafael Correa. También evitó un conflicto armado entre Colombia y Venezuela.

A cuatro meses haber asumido Kirchner logró que los gobiernos de Colombia y Venezuela desaceleraran la tensión acumulada durante años y firmaran el “Acuerdo de Santa Marta”, que significó el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la creación de comisiones de trabajo binacionales para evitar cualquier posibilidad de conflicto bélico entre esas naciones.

Ese mismo año Kirchner desde la presidencia de UNASUR promovió la constitución de la Secretaría Técnica en la República de Haití; luego de la catástrofe humanitaria ocasionada por el terremoto del 2010 en ese país. Haití estaba afuera del espacio geográfico de UNASUR. Kirchner priorizó la mirada de cooperación y solidaridad con la nación del caribe. La secretaría técnica canalizó y centralizó el apoyo humanitario de la región de acuerdo con las necesidades específicas y expresas del pueblo haitiano.

Como secretario general de UNASUR, Kirchner acompañó la iniciativa del entonces presidente chileno, Sebastián Piñera, de incorporar al tratado constitutivo de la Unasur la “Cláusula Democrática” del organismo, que impone sanciones a cualquier Estado parte que quebrara la democracia. También promovió y firmó el acuerdo para crear el demorado Banco del Sur, anunciado como mecanismo de financiación para el desarrollo productivo. Tenía como objetivo permitir que la región pudiera reemplazar o complementar el rol de organismos financieros como el FMI y el Banco Mundial.

El Banco del Sur no llegó a ponerse en práctica por distintas razones. Lula se lamentó en tono autocrítico por eso. Lo hizo en una entrevista que concedió a la agencia Télam en diciembre de 2021, señalando que durante el ciclo de gobiernos progresistas de la primera década del siglo se podría haber hecho más por su implementación. “Podríamos haberlo creado y, lamentablemente, no lo hicimos”, comentó en la entrevista Lula.

La impronta que impuso Néstor Kirchner a la UNASUR generó el enorme desafío de institucionalizar la organización. Cumplir con lo acordado en su tratado constitutivo, que es “construir, de manera participativa y consensuada, un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos”. Bajo esa premisa, se creó el Parlasur, un parlamento con representación popular de cada país integrante.

Este recorrido extraordinario de acciones Néstor Kirchner lo hizo en un puñado de meses. Asumió el 4 de mayo como presidente de UNASUR y murió el 27 de octubre de ese mismo año. Tiempo después de su fallecimiento el pueblo haitiano le reconoció su valiosa gestión al llamar al principal hospital construido con posterioridad al terremoto: Hospital Néstor Carlos Kirchner.

Cuando los vientos políticos cambiaron, la nueva avanzada neoliberal en el continente no respetó la institucionalización de UNASUR. La crisis se inició en 2017. Los doce Estados miembros no pudieron ponerse de acuerdo sobre un nuevo secretario general. La situación se agravó por las posiciones encontradas sobre la crisis venezolana, ya sin la conducción de Chávez fallecido en marzo de 2013. En abril de 2018, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú suspendieron su participación y aporte financiero de la organización.

El desafío de unir toda Sudamérica bajo un mismo objetivo común es un hecho recurrente en la historia de la región. Hay épocas donde se anudan intereses comunes y Latinoamérica rearma su propio proyecto de desarrollo y crecimiento. En otros momentos, en cambio, esa matriz se diluye a causa de intervenciones ajenas a los intereses propios. Esta franja del planeta donde nos tocó nacer y vivir esta signada por ese péndulo que se mueve en base a una puja de poder que confronta independencia y soberanía contra poderes dominantes que regulan a su antojo la economía mundial.

Constituir a Latinoamérica en un bloque propio capaz de negociar con el resto del mundo en condiciones más favorables, es un viejo proyecto que buscaron consolidar líderes históricos sudamericanos.

Carlos Ibáñez del Campo fue dos veces presidente de Chile. En el primero de esos períodos, que abarcó desde 1927 a 1931, Ibáñez fue el primer mandatario de la región en proponer en el siglo XX una unión aduanera con países vecinos. Acaso, la propuesta sufrió el influjo de una historia heredada bajo la misión libertadora de San Martín uniendo los destinos de Argentina, Chile y Perú.

La propuesta del presidente de Chile se frustró, pero no quedó en el olvido. Durante el segundo gobierno de Ibáñez, que abarcó de 1952 a 1958, su planteo regional tuvo eco en un presidente vecino que venía desarrollando la misma idea, Juan Domingo Perón. El 8 de julio de 1953, Perón e Ibáñez se encontraron en Buenos Aires para sellar el Tratado de Unión Económica argentino-chilena

Ya para ese entonces Perón venía desarrollado una relación de mucha cercanía política con Getulio Vargas, que había reasumido la Presidencia de Brasil en 1951. Los tiempos que siguieron a la segunda guerra mundial, más la afinidad en el pensamiento político de ambos mandatarios, abrieron la posibilidad de un proyecto común de las dos naciones económicamente más poderosas de Sudamérica. La estrategia de Perón era unir a Brasil al acuerdo aduanero que ya había acordado con Chile.

La relación de Perón con Getulio Vargas comenzó en forma epistolar en los años cuarenta. Vargas asumió por primera vez la presidencia de Brasil en 1930, se mantuvo hasta 1945. En octubre de ese año fue depuesto por un movimiento militar liderado por generales que componían su propio ministerio. Durante su gestión Brasil fortaleció notablemente la participación activa del estado en la dinámica económica del país.

Vargas y Perón coincidían en la necesidad de fortalecer la región con un mercado común que debía incluir la mayor cantidad de naciones. Vargas, de la mano del voto popular, volvió a la presidencia de Brasil en 1951. Con su regreso, coincidente con la presidencia de Perón en Argentina y la de Ibáñez en Chile, quedaba más cerca el inicio de la institucionalización de la patria grande.

Aquel intento de unión aduanera era visto con particular recelo por EEUU. Información desclasificada años atrás reveló que un despacho secreto de la embajada norteamericana en Bs As, enviada al Departamento de Estado en Washington, advertía en octubre de 1945, los riesgos que significaba para los intereses de EEUU la cooperación que gestaban los líderes de Argentina y Brasil.

La afinidad entre Vargas y Perón terminó acelerando el proceso de intervención norteamericana en la región. Naves de guerra de EEUU, sin invitación formal, se encaminaron hacia el puerto de Río de Janeiro en actitud amenazante provocando la lógica queja del presidente Vargas ante la embajada del país del norte. Los hechos se precipitaron y gracias a una sutil alianza de EEUU con el Ejército brasileño, el 29 de octubre de 1945 Vargas, fue derrocado.

A partir de la caída del presidente brasileño las relaciones entre Argentina y Brasil se tensaron. Desde EE. UU. se construyó un relato alimentando la idea que el gobierno de Perón quería ampliar las fronteras en sus límites con Brasil. En 1947 el Estado Mayor del Ejército de Brasil acusó a Perón de planificar una invasión a su territorio. Una teoría alocada que fue abonada, un año más tarde por otro aliado de EE. UU., el presidente de Uruguay Luis Batlle Berres, quien convocó al embajador brasileño para anunciarle que tenía información sobre la inminente invasión a territorio de Brasil por parte de Argentina.

En 1949 el Departamento de estado norteamericano elaboró un documento clasificado como “top secret” bajo el título “Ambición Argentina en Sudamérica”. Allí se denunciaba que el proyecto de Perón consistía en organizar una comunidad económica y política a partir de la unión aduanera de Argentina, Chile, Brasil, Bolivia y Perú. Un consorcio para competir en el mercado internacional de materias primas como el hierro, petróleo, estaño, cobre, tanino, algodón y aceite de lino. Naturalmente ese proyecto era considerado subversivo para los intereses norteamericanos en la región.

Perón y Vargas nunca descuidaron su relación personal. Vargas triunfó en las elecciones del 50 y regresó a la presidencia. Perón celebró su retorno anunciando que el trigo argentino costaría menos para Brasil que para cualquier otro destino. Vargas, por su parte, respondió autorizando la importación de carne argentina.

La victoria electoral de Carlos Ibáñez en Chile, en 1952, realimentó el proyecto de unión aduanera entre los tres países. El presidente chileno compartía el objetivo de unir a la región como un bloque comercial único. No es tarea sencilla. Tanto en Argentina como en Brasil los gobiernos estaban siendo fuertemente jaqueados. Vargas sufría constantes presiones externas.

El historiador brasileño Moniz Bandeira asegura que en 1953 el presidente de Brasil le envió una carta a Perón contándole sobre el accionar que ejercían en su contra grupos internacionales. Vargas, acosado por el poder militar, se quitó la vida de un balazo en 1954. Pocos meses más tarde en 1955 caería el gobierno de Perón.

Por ese entonces Estados Unidos tenía diseñada una nueva estrategia para sostener su dominio en Latinoamérica y el Caribe. El presidente Kennedy impulsó la Alianza para el Progreso bajo el pretexto de promover el desarrollo y las relaciones pacíficas en las Américas. Lo que realmente significó fue hostigamiento a gobiernos populares y apoyo a dictaduras.

Para organizar y disciplinar el alineamiento de los distintos gobiernos Estados Unidos comenzó a organizar cumbres. La primera, en 1956, reunió a 19 representantes de distintos países en la Cuidad de Panamá, con el auspicio de la Organización de Estados Americanos. De ese encuentro surgió el Banco Interamericano de Desarrollo, una entidad encargada de otorgar créditos a gobiernos afines a los intereses de Estados Unidos. En 1967, en Punta del Este, se realizó la segunda cumbre con la asistencia de la misma cantidad de países que estuvieron en Panamá. Allí se constituyó la plataforma de lo que se conocerá más tarde como la Cumbre de las Américas.

Entre dictaduras militares y de mercado que dominaban la región en esos años, surgió en 1980 la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), nucleando a Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. El objetivo timoneado por Estados Unidos era crear una zona de libre comercio que debía ser perfeccionada y puesta en marcha en un plazo de doce años.

Si bien aquel objetivo de zona libre fracasó, ALADI sigue funcionando hasta la actualidad. Desde esta organización Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, comenzaron a pergeñar un proyecto propio que derivó, finalmente, en la constitución del MERCOSUR, que se formalizó en Asunción, el 26 de marzo de 1991

El Mercosur fue la segunda unión aduanera del planeta, después de la Unión Europea, abrazando los intereses de 220 millones de habitantes. Comenzar 4 décadas después de lo planificado por Vargas y Perón tuvo su costo. Los cuatro países ya estaban ahogados por una extraordinaria relación de dependencia con los organismos financieros internacionales. Un endeudamiento externo, forzado por regímenes dictatoriales y legitimados por las democracias debilitadas.

Cuando el MERCOSUR comenzó a formalizarse las misiones del FMI diseñaban el destino político de cada uno de sus países integrantes. Al mismo tiempo Estados Unidos, desde las Cumbres de las Américas, armaba la arquitectura de lo que intentó ser su próxima herramienta de dominación regional: El ALCA

El Acuerdo de Libre Comercio de las Américas fue una nueva estrategia estadounidense para una antigua realidad, seguir regenteando las soberanías de los países del continente. La puesta en marcha del ALCA garantizaba la unión de 34 países, 800 millones de habitantes, lo que significa el 13% de la población actual y el 23% del comercio global. Un extraordinario volumen comercial manejado desde EEUU con criterio de mercado interno, ya que le permitirá expandir con mayor facilidad por todo el continente el poder de sus 200 empresas multinacionales que tienen base en el país del norte y donde representan el 40% de su PBI.

El Brasil que emergió con Lula en 2003 fue el primero en plantear la imposibilidad de poner en marcha el ALCA, al menos hasta que EEUU no finalice con la política de subsidios a su producción agrícola y las barreras arancelarias. Lula fijaba posición mientras la Argentina de De la Rua manifestaba permanentes indefiniciones.

Lula endureció su postura con el tiempo. Denunció que el 60% de las exportaciones brasileñas tenían trabas para ingresar a EEUU. Citó al acero, el jugo de naranjas y el azúcar, productos que deben pagar un arancel del 45% de su precio. Esto sucede mientras los productos de EEUU que entran a Brasil solo pagan el 15%.

Paralelo a este debate el MERCOSUR extendía sus fronteras. Firmaba acuerdos de asociación con Chile, Bolivia y la Comunidad Andina (que nuclea Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela-) e inició discusiones, para el mejor acceso a los mercados, con Canadá, México y los países centroamericanos del Caribe. Todos estos acuerdos más las coincidencias políticas de los gobiernos de la región permitieron enfrentar en el 2005, el intento de instalar el ALCA desde la cuarta Cumbre de las Ameritas realizada en Mar del Plata.

Ahí, Néstor Kirchner planteo que ingresar al ALCA sería aceptar la continuidad, o lo que es peor, la profundización de las asimetrías de las economías de los países que conforman América

Ante la mirada atónita de George Bush, por entonces presidente de Estados Unidos, por primera vez una cumbre de las Américas no lograba acuerdo en el documento final. Se debieron incluir dos posturas. La de Estados Unidos y sus 28 países aliados, impulsando el ALCA, y la del MERCOSUR, rechazándolo. La Venezuela de Chávez se incorporaría al año siguiente, en 2006, al Mercosur.

La participación del presidente de Venezuela aceleraría la dinámica de las políticas del MERCOSUR. Chávez, que en un momento crítico para nuestro país compró millones de dólares en bonos argentinos, planteó la creación de un Banco capaz de financiar proyectos de los países del Mercosur, y puso en marcha desde Caracas un canal de televisión para el sur. Propuso también la construcción de un gasoducto que atraviese América del Sur desde Venezuela hasta Argentina. Más de 8 mil kilómetros de largo para abastecer de gas a una amplísima región.

Unir a todas las naciones sudamericanas bajo el mismo paraguas no es tarea sencilla. No lo es cuando el poder de Estados Unidos opera en contra de ese objetivo. Chile no acompañó aquel momento histórico del continente que por primera vez reunía varios gobiernos sudamericanos con un proyecto de interés común. El presidente del país trasandino, Ricardo Lagos, firmó en 2003 un acuerdo comercial bilateral con Estados Unidos, construyendo un sendero propio en las negociaciones con las grandes potencias mundiales.

Para tomar esa determinación que alejó a Chile del Mercosur, Lagos no estaba en soledad. Michell Bachellet, que lo sucedería en el cargo en 2006, apoyó la determinación de un acuerdo unilateral de su país con Estados Unidos asegurando que era un error del Mercosur rechazar el ALCA, entendiendo que el tratado de Comercio beneficiaría a toda la región.

Con la llegada de gobiernos liberales a la región encabezados por Bolsonaro en Brasil, Piñera en Chile y Macri en nuestro país, las políticas que dieron base de sostenimiento al Mercosur y UNASUR fueron boicoteadas y algunos de sus miembros, como Venezuela, suspendidos.

Estados Unidos fogoneó la formación del Grupo de Lima, creado en 2017 e integrado por 14 países, para seguir la crisis política en Venezuela al tiempo que se reconocía a Juan Guaidó, como presidente. Tras la asunción de Alberto Fernández en la Presidencia, Argentina dejó de pertenecer a esta alianza de naciones. El desafío de una Latinoamérica soberana sigue vigente. Lula tomó la iniciativa de reflotar UNASUR. Será bajo el desafío de aprender a vivir en pluralidad, como él mismo lo señaló