Por Claudio Leveroni

La extrema derecha navega por el viejo mundo con un peligroso viento de cola que la impulsa hacia la toma del poder formal. El real, el que transita tras las sombras, lo tiene desde siempre. El riesgo de esta época es que se empodera de la mano de un proceso cultural lo suficientemente poderoso para direccionar la voluntad popular expresada en las urnas.

Europa retrocede a un riesgoso estado primitivo en la evolución política que venía sosteniendo hasta hace pocas décadas atrás, estancado más tarde. Las elecciones de este mes en Suecia colocaron por primera vez a una coalición conservadora que incluye a los Demócratas Suecos (DS), de extrema derecha, como la fuerza más representativa con el 49,7% de los votos. El triunfo de esta coalición, que tiene sectores neonazis incorporados, derivó en la renuncia de la primera ministra socialdemócrata Magdalena Andersson.

Este último fin de semana Italia se sumó al mismo corredor ideológico. La extrema derecha Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia) de Giorgia Meloni obtuvo el 26% de los votos, logrando 237 representantes de los 400 que tiene la Cámara de Diputados. Mayoría parlamentaria que le permite formar gobierno.

En abril pasado la extrema derecha de Francia logró su mejor elección en la historia local. Marine Le Pen alcanzó algo más del 41% de la voluntad de los franceses quedando atrás de Emmanuel Macron que en la segunda vuelta obtuvo el 58%.

Los vientos de cola que impulsan por mandato popular la llegada de estas fuerzas políticas es el resultado de tormentas de xenofobia. Desde hace tiempo los medios de comunicación europeos han hecho ver la desgraciada vida de los inmigrantes africanos como hordas saqueadoras de su bienestar social. El odio racial otra vez atrapa a los europeos.

El discurso xenófobo y violento de Adolf Hitler en los años 30 tuvo eco en la población alemana sometida en aquellos años al Tratado de Versalles tras la derrota en la Primera Guerra Mundial. En 1932 Hitler llegó al poder con el 37% de los votos. Cuatro años antes el intento había resultado un fracaso total, tan solo el 2,6% de los votos obtuvo en esa ocasión. Durante esos cuatro años Hitler, para crecer en la aceptación popular de su figura entre los alemanes, focalizó su perfil energúmeno contra el comunismo y los judíos. La rica cultura alemana se vio desbordada por la figura primaria y elemental de este personaje que hizo culto de la violencia y el exterminio del adversario.

Sin guerras mundiales de por medio los europeos vuelven a ser ganados en estos días por una cultura primitiva que alienta el desenfreno de un sentimiento primario como el egoísmo. El enemigo racial está del otro lado del Mediterráneo. Están cautivados por el discurso que alienta a hundir sus barcazas para impedir la llegada de un invasor para que incomoda el diario vivir de un viejo continente que dejó morir los sueños del Mayo francés.