Por Héctor Gómez
Desde de la Avenida Las Heras y Coronel Díaz hacia la calle Arenales se extiende una hermosa loma verde donde corretean infantes y algunas pulposas habitantes de esta Ciudad de los Buenos Aires que anticipan el tostado de su piel. La mayoría ignora que ahí existía una cárcel, modelo en su época, denominada Penitenciaría Nacional. Diseñada por el Arquitecto Ernesto Bunge, autor también de la hermosa iglesia de Santa Felicitas frente a la plaza Colombia en el barrio de Barracas.
La Penitenciaría, construida en 1877, fue finalmente derrumbada en 1962 después de haber sido escenario de espectaculares fugas por húmedos túneles, o como la protagonizada por Jorge Villarino quien logró huir balanceándose de los cables telefónicos. También ampararon aquellos muros hoy desaparecidos varias ejecuciones sumarias realizadas por medio del fusilamiento.
Severino Di Giovanni fue un italiano que recaló en nuestro país desde su pequeña aldea de Chieti en los Abruzos. Después de haber protagonizado una dura resistencia, afirmado en sus ideas revolucionarias, repetía siempre: “El mundo se divide en explotadores y explotados por lo que la única solución es la violencia”.
Huérfano de padre y madre apenas salido de la adolescencia, maestro de escuela, tipógrafo y lector desde Bakunin a Kropotkin, se transformó en un activo militante del anarquismo. Se unió en matrimonio con su prima, Teresa Masciulli, campesina y analfabeta. Di Giovanni fue reafirmando sus creencias recordando su infancia donde presencio el retorno de los parias de la guerra hambreados y olvidados. Así creció su espíritu rebelde. Con el fascismo desde 1922 en el poder italiano esa tierra, gobernada por Mussolini y sus camisas negras, se ha vuelto invivible para él.
Decide abandonarla y llega entonces con su mujer y tres hijos a nuestro puerto. Junto a él llegaron también una imponente ola de italianos inmigrantes. Severino Di Giovanni se aloja en una humilde casa de Morón encontrando “i compagni” que leen sus panfletos y diatribas contra la injusticia publicadas en “Culmine”, un humilde periódico redactado e impreso desde el insomnio compartido. Por ese medio va imponiendo su concepto de lucha contra el régimen capitalista. Conoce a Paulino Scarfo, otro anarquista que inclusive ha transmitido su ideario a su hija de 14 años, América Scarfo. Tiempo después, ya mujer, esa adolescente formara pareja con Severino resultando también fiel luchadora por las mismas ideas.
Severino no comulga con el ala negociadora de otros anarquistas enrolados bajo consignas más moderadas y planteadas en las páginas del diario “La Antorcha”. Esta rebeldía de Di Giovanni servirá después para hacerlo culpable de cuanto hecho de tinte anarquista se produzca. Lo apuntan primero como asesino de su contrincante Arango, integrante de FORA y director de aquel periódico, hecho por otra parte nunca probado.
En 1925 junto con otros compañeros militantes hace suspender una función del Teatro Colón donde el presidente Alvear homenajeaba a un conde enviado por El Duce como embajador italiano. Brutal enfrentamiento entre anarquistas y camisas negras que protegían al diplomático italiano en el foyer, la platea y los palcos del histórico teatro. La cosa termina con sus huesos en la cárcel pero ello no le impide dos años más tarde, desde 1927, realizar múltiples protestas por el juicio y ejecución en Estados Unidos de Sacco y Vanzetti.
Di Giovanni se encargaba entonces de realizar asaltos a mano armada para conseguir dinero e imprimir sus publicaciones, editar libros anarquistas y mantener a familias de presos imbuidos de esas ideas libertarias. Opta por apartarse de los lugares donde se lo ubicaba fácilmente y en los años siguientes sin pruebas o con ellas se le adjudican todos los atentados que con la firma anarquista ocurren antes y durante aquella “Década infame”
Corre 1931 y con el dictador Uriburu en el poder es detenido después de una larga persecución donde muere una niña envuelta dentro de la balacera policial. Se simula un juicio militar de solo 40 horas de duración donde su defensor de oficio, el teniente Juan Carlos Franco, intenta defenderlo en serio. Franco por ese “pecado” será después condenado, degrado y perseguido hasta obligarlo a salir del país. Aquello que estaba decidido queda concretado y es condenado a muerte.
La madrugada del 1 de Febrero de 1931 en un espacio abierto de esa Penitenciaría, Severino camina, con dificultad por los grillos y la cadena adherida a sus manos esposadas. Se dirige hacia una silla donde será amarrado. Suena la orden de fuego y el reo grita, “Viva la anarquía!. Cayó hacia adelante porque un disparo corta la soga que lo aseguraba.
Un joven periodista, Roberto Arlt, que dos meses después cumpliría 31 años, presente junto a otras personas hace la crónica del evento. “Resplandor súbito. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el piso con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia. Las balas han escrito las últimas palabras…”
0 comentarios