Por Claudio Leveroni

Si algo quedó en claro tras la convocatoria a Plaza de Mayo, por si hacía falta alguna ratificación, es quien conduce el peronismo y los espacios que giran en derredor del movimiento político creado por Perón hace 77 años. El liderazgo de Cristina es incuestionable. También es un desafío que la interpela en la necesidad de poner en marcha una estrategia para los tiempos que vendrán. Su posible no candidatura es parte de un entramado muy similar a aquella que el propio Perón no pudo cumplir por los avatares de una época signada por su regreso definitivo al país luego de 17 años de exilio.

Perón, en su manual de Conducción Política, define que el liderazgo de un movimiento político es un arte que requiere de conocimiento científico. Considera que ejercer la conducción debe tener como finalidad reducir márgenes de error en las decisiones asumidas. Perón solía mencionar que “la experiencia cuesta cara y llega tarde”. Apuntaba con esto a señalar que quien ejerce el liderazgo por naturaleza propia, por sus particulares condiciones, debe asumir también la necesidad de una preparación adecuada. Si bien “en la historia no se repite dos veces el mismo caso en igual forma”, el conductor del movimiento debe conocer los sucesos históricos y la relación entre las variables políticas, económicas y sociales a través del tiempo.

La conducción es un arte y cada dirigente la desenvuelve bajo su impronta particular, única e irrepetible. En este sentido Cristina mencionó en las últimas semanas otra consigna que brotó muchas veces de los labios de Perón, en especial cuando le hablaba a la juventud, señalando que llevaban el “bastón de mariscal”, dándole un sentido heroico a la vida. Ese mandato Perón lo utilizó en los años setenta, es decir cuando regresaba al país con la idea de potenciar su protagonismo como diseñador del modelo, mucho más que como ejecutor del mismo. La coyuntura de aquel tiempo, marcado por el fin de una dictadura para dar paso a un proceso democrático que lo tuvo como máximo referente, no le permitió cumplir ese rol. Acaso, no hubo comprensión de texto, y fue impulsado a una tercera presidencia avasalladora en votos que reflejaban el amor incondicional de un pueblo con su líder.

Bajo situaciones distintas, porque la historia no es un carbónico que se repite de igual forma una y otra vez, Cristina enfrenta una situación de características parecidas a aquella de Perón de principio de los 70. Un pueblo que le pide “una más y no jodemos más”. Deseo que confronta con la tarea de cumplir un rol estratégico en el diseño de los años que vendrán sin el peso que representa la responsabilidad de asumir las funciones de gobierno.

Hay una escenografía capaz de confundir a las masas. Los representantes del poder real dominante festejan la no candidatura. Celebran que Cristina quede afuera de la contienda electoral. Se anotan ese crédito como propio gracias a la cooptación del partido judicial que jaquea con la proscripción. La alegría de los endeudadores enturbia la mirada popular sobre el futuro rol de Cristina.

La lealtad es un principio fundacional del peronismo. Se vio en la plaza cuando los cronistas de radio y TV hurgaban en el sentimiento de la gente. Allí se escuchó repetir una respuesta, “lo que ella diga está bien”. Lejos de ser degradatorio, como lo intentan plantear los “iluminados”, se trata de la base de un acuerdo sellado por el amor y la confianza ciega hacia quien lidera. “El amor no entiende de comprensión de textos”, lanzó uno de los consultados, el actor Dady Brieva. Muy cierto.