Que no sea un voto suicida

Por Claudio Leveroni

Argentina es un país profundamente politizado. Sobrevuela entre nosotros una enriquecedora historia que nos ha permitido desarrollar en el tiempo una conciencia política que nos envuelve en debates con matices bien marcados.

La confrontación de ideas, planteando hacia donde y de que formas debe ir el país hacia un destino determinado, se fue abriendo camino entre nosotros. Lo hizo en forma paralela a la aparición de figuras de extraordinario relieve político. Dos de ellas fueron las máximas inspiradoras durante el siglo pasado, Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón.

Ambos sacudieron a nuestra sociedad en sus momentos con pensamientos innovadores, y gracias a haber ocupado la presidencia de la Nación pudieron concretar muchos de esos cambios superadores. Instalaron derechos sociales, reivindicatorios de la población en general y, en especial, de minorías históricamente desprotegidas. Establecieron conquistas que mejoraron progresivamente la calidad de vida de los Argentinos. También hubo épocas oscuras, de retrocesos, llegaron con golpes de estado apalancados por minorías empoderadas reacias a reconocer esas conquistas sociales y una mejor distribución de la riqueza.

Las épocas más recientes mostraron audaces apariciones recogiendo el legado de Yrigoyen y Perón. Primero, Raúl Alfonsín durante el complejo retorno a la democracia, con su extraordinario coraje para poner en el banquillo de los acusados a los representantes más execrables de la miseria humana. Más tarde la valentía de Néstor Kirchner y Cristina Fernández reconstruyendo la autoestima nacional, volviendo a poner ladrillo sobre ladrillo para levantar el muro de un país vuelto a ser soberano después del estallido de la peor crisis de nuestra historia.

Cómo es posible que ante semejante legado histórico tengamos ante nosotros un presente tan poco representativo de estas cinco figuras que supieron estar al frente de la conducción nacional. Cómo es posible que dos de los tres principales candidatos con posibilidades ciertas de llegar a la Casa Rosada, Javier Milei y Patricia Bullrich, tengan un vuelo intelectual tan grotesco como escaso, y estén en las preferencias de un sector del electorado. Hay un voto suicida dando vuelta, se lo escuché decir a un dirigente que integra una de estas dos coaliciones.

Sus consignas de campaña son violentas, agigantan el odio con expresiones terminantes. Prometen el exterminio del peronismo, al que ningunean llamándolo kirchnerismo. Plantean una educación pública a través de váuchers entregados a los padres; la libre portación de armas; dinamitar el Banco Central, eliminar la moneda nacional definida como un excremento, y volvernos a dolarizar como ya fracasó en los 90.

Proponen legalizar las escuchas a detenidos; entregar otra vez empresas que son estratégicas para el desarrollo nacional con participación mayoritaria del Estado a manos privadas. Achicar al Estado a su mínima expresión para que la voracidad de los más fuertes engulle al resto.

En ocho días las urnas se abrirán y dejarán al desnudo la voluntad popular. Será un momento determinante para el futuro argentino, como muy pocos antes.

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