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Presidentes argentinos que sufrieron atentados contra su vida

A poco más de un mes del atentado contra Cristina Fernández la causa judicial se mantiene con cuatro personas detenidas y procesadas, pero poco aún se sabe de otras aristas que apunten a buscar autores intelectuales del intento de magnicidio. La vida de la vicepresidenta estuvo jaqueada por una pistola cargada con cinco balas que llevaba su agresor, Fernando Sabag Montiel.

El atentado a la Vicepresidenta fue el hecho violento más relevante contra una figura presidencial en los cuarenta años que lleva la recuperación de la democracia argentina, pero no fue el único. También los hubo en varias ocasiones a lo largo de en nuestra historia teniendo a cinco figuras presidenciales como protagonistas, anteriores a Cristina Fernández, que durante sus gestiones sufrieron uno a más atentados contra sus vidas. Todos fueron fallidos.

Sarmiento

El primero lo sufrió Domingo Faustino Sarmiento el 23 de agosto de 1873. Esa noche el primer mandatario partió en su carruaje desde su casa, ubicada en Maipú y Tucumán, rumbo a la quinta que tenía en la zona de Almagro su ministro del interior y autor del Código civil, Dalmacio Vélez Sarsfield. Su hija, Aurelia, mantenía un romance extenso en el tiempo con el presidente.

Al llegar el carruaje a la esquina de Corrientes y Maipú se escuchó una explosión que asustó a los dos caballos, el cochero dominó la situación y pudo seguir su recorrido normal. Sarmiento no se enteró en ese momento que estuvo a punto de morir. Su sordera le impidió dimensionar el significado del estallido, la oscuridad de la noche tampoco le permitió ver la acción que se desplegó cerca de él.

Tres italianos, los hermanos Francisco y Pedro Güerri, más Luis Casimir, todos jóvenes entre 21 y 24 años, habían sido contratados para asesinar al Presidente. Eran marineros de una nave atascada en el Riachuelo que habían sellado el macabro compromiso en una fonda de La Boca. Recibirían 10.000 pesos fuertes por matar a Sarmiento.

Los tres italianos esperaron sobre aquella Corrientes angosta el paso del carruaje de Sarmiento, tenían pistolones, machetes y cuchillos envenenados para lograr su cometido. Todo se frustró porque uno de ellos cargó con demasiada pólvora el trabuco. Fue el primero en disparar. El arma le estalló en la mano. La bala atravesó parte del carruaje sin lastimar al Presidente. La aceleración de los caballos sacó de la escena rápidamente a Sarmiento mientras los atacantes huían.

Los tres serían atrapados por la policía a pocas cuadras del lugar. Confesaron del acuerdo para realizar el crimen y dieron el nombre de quien los había contratado: Aquiles Segabrugo, apodado como “el austríaco”. Advertido del fracaso, huyó a Montevideo donde fue asesinado días más tarde por un sicario que respondía al entrerriano Ricardo López Jordan. Meses antes del atentado Sarmiento había emitió un proyecto de ley a través del cual se ofrecía una recompensa por la cabeza del caudillo del litoral.

La justicia sentenció a Francisco Güerri a 20 años de prisión, y 15 a su hermano Pedro Güerri y a Casimir. Posteriormente, la Cámara del Crimen bajaría la pena de Casimir a 10 años. Pedro Güerri murió en prisión el 30 de abril de 1883 y Francisco sería indultado por el presidente Miguel Juárez Celman.

Roca

El segundo presidente que sufrió un atentado fue Julio Roca. Lo padeció en dos ocasiones. La primera el 10 de mayo de 1886 a la tres de la tarde cuando se dirigía a pie desde la Casa de Gobierno al Congreso Nacional, acompañado de ministros, funcionarios civiles y militares. En las inmediaciones de la Plaza de mayo había público esperando el paso del primer magistrado. De esa multitud surgió un individuo que arrojó una voluminosa piedra que impactó en la frente del presidente produciéndole una herida de siete centímetros y profunda hasta el hueso.

El atacante intentó lanzar una segunda piedra, algo que finalmente no pudo hacer. Fue detenido por el ministro de Guerra y Marina, Carlos Pellegrini que lo inmovilizó mientras el senador David Argüello lo tomaba de los cabellos.

El atacante resultó ser un sargento mayor correntino de 36 años. Su nombre era Ignacio Monjes. Había actuado en la guerra del Paraguay integrando las tropas correntinas, también había tomado parte en las luchas contra López Jordán. De familia unitaria Monjes militaba en el Partido Liberal.

Monjes declaró en sede judicial que quiso dar muerte al presidente “por considerarlo responsable de la situación política, que era insoportable desde hacía un año y medio y con la intención de salvar a la patria, cuya libertad ambicionaba”.  En una ampliación de la indagatoria, señaló que al intentar eliminar a Roca, perseguía mejorar la situación del país con un cambio de gobierno. Monjes al año siguiente del atentado fue condenado a una década en 10 años de prisión.

El presidente Roca sufrió un segundo atentado cinco años después del primero. El 19 de febrero de 1891 un menor llamado Tomás Sambrice le hizo un disparo con un revólver del que salió ileso por haberse incrustado el proyectil en el respaldo del asiento del coche en que viajaba. Roca apenas magulló su espalda. Ofuscado bajó y desenvainó su espada, pero al ver que el atacante era un chico de tan solo doce años, envainó y le pegó una bofetada.

Yrigoyen

Hipólito Yrigoyen fue el tercer presidente en sufrir un atentado contra su vida. Ocurrió en la nochebuena de 1929. Ese 24 de diciembre Yrigoyen salió de su casa en Brasil 1039 del barrio de Constitución, a las 11.30. Subió a un auto con su chofer habitual, Eudosio Giffi, para ir a la Casa Rosada. Junto a Yrigoyen se sentó su médico particular, el Dr. Osvaldo Meabe, y al lado del chofer se ubicó el subcomisario Alfredo Pizzia Bonelli, jefe de la custodia.

Al auto presidencial lo seguía otro móvil de custodia con personal policial. El trayecto establecido fue transitar por Brasil hasta cruzar la calle Bernardo de Irigoyen. Al pasar por ahí, frente al número 924, un individuo revolver en mano salió de un zaguán y disparó en 5 ocasiones contra el auto que trasladaba al presidente Yrigoyen. El chofer zigzagueó para no presentar blanco mientras el subcomisario Pizzia, herido en el abdomen, y los custodios, repelían el ataque.

El atacante resultó muerto de cinco balazos. Se trataba del anarquista Gualberto Marinelli. Por la tarde Yrigoyen concurrió a la comisaría donde pudo ver los restos de su agresor.

Perón

Juan Domingo Perón fue el cuarto presidente cuya vida estuvo jaqueada por tres atentados. Dos de ellos ejecutados mientras ejercía la Presidencia y el tercero durante su exilio en Venezuela.

El primero de estos atentados comenzó a pergeñarse en agosto de 1951 Fue cuando los generales Arturo Rawson, Fortunato Giovannoni, Bautista Molina y Benjamín Andrés Menéndez, junto con los coroneles Bartolomé Gallo, José Francisco Suárez, todos en situación de retiro, más el capitán Elbio Leandro Anaya, comenzaron a preparar un levantamiento militar, con el objetivo de matar a Perón.

El movimiento sedicioso, que incluía la muerte de Perón, estalló en las primeras horas del viernes 28 de septiembre. Fue, exactamente, una semana después que se diagnosticó que Evita padecía cáncer.

La lealtad de la mayoría de los suboficiales y la eficiente intervención del comandante en jefe del ejército general Ángel Solari, quien se trasladó hasta el lugar de los focos sediciosos (principalmente a la Escuela de Caballería y a La Tablada), logró demoler las intenciones de los golpistas.

Perón decretó el estado de guerra interno, la CGT dispuso un paro general por 24 horas y una multitud se precipitó a la calle en defensa de su líder. La Plaza de Mayo fue otra vez el gran escenario. Perón salió al balcón y explicó lo sucedido, pidió el regreso de todos a sus casas comentando que la situación ya estaba controlada. No eran así, en esos momentos sobrevoló la plaza una escuadrilla de 20 aviones que habían despegado desde la base de Punta Indio dispuestos a bombardear la Casa de Gobierno. El jefe de la Aviación Naval, capitán de navío Vicente Baroja abortó la operación cuando vio la multitud. Más tarde escaparía a Uruguay.

El odio volvió a mostrar su peor rostro dos años más tarde. El 15 de abril de 1953 mientras Perón le hablaba a una multitud congregada en Plaza de mayo estallaron dos bombas colocadas en el subte A provocando 7 muertos y 93 heridos, 19 de ellos mutilados. El atentado terrorista podría haber tenido mayor cantidad de víctimas de haber estallado otras bombas que fueron colocadas en la azotea del Banco de la Nación con la intención que la mampostería se desplomara sobre la multitud.

Pese al dramático momento y ante miles de personas que en la Plaza clamaban por vengar el hecho. Perón, hablando desde el balcón, pidió tranquilidad al pueblo. “A estos bandidos los vamos a vencer produciendo. Por eso hoy, como siempre, la consigna de los trabajadores ha de ser producir, producir, producir…” arengo a la multitud el presidente.

Dos años después de este atentado vendría el más sangriento de todos. El 16 de junio de 1955, con la intención de matar a Perón, se animaron a bombardear la plaza de mayo y la casa de gobierno. Durante horas los aviones de la armada dejaron caer 14 toneladas de bombas provocando la muerte de 400 personas, con más 1.200 heridos y mutilados.

Mientras la lluvia de bombas masacraba a niños, mujeres y hombres, unos 300 civiles armados intervinieron en acciones complementarias ocupando radios y las inmediaciones de la Plaza de Mayo preparados para una eventual toma de la Casa de Gobierno que llegaría recién tres meses más tarde.

Perón siguió sufriendo atentados contra su vida durante el largo exilio de 17 años. Los primeros cinco transcurrieron en distintos países de América Latina. Se instaló en Paraguay, Panamá, Nicaragua y Venezuela. Fue justamente en Caracas donde volvió a estar muy cerca de la muerte, algo que sucedió el 25 de mayo de 1957. Ese día explotó una bomba en el auto que habitualmente utilizaba.

El atentado lo planeó el coronel Héctor Cabanillas. Así se lo contaría él mismo a Tomás Eloy Martínez dando los detalles con un increíble agregado. Cabanillas le confesó a Eloy Martínez que había planeado el secuestro y asesinato de Perón desde antes que sea presidente. Refirió a un día histórico, el 17 octubre de 1945. Horas antes de los acontecimientos que derivaron en la extraordinaria movilización popular, Perón suspendió la visita a la guarnición en la que, según Cabanillas, iban a eliminarlo.

Sobre el atentado con el coche bomba en Caracas el Coronel Cabanillas le contó a Martínez que logró infiltrar un agente en el entorno de Perón. Se llamaba Manuel Sorolla quien se presentó ante Perón en la capital venezolana blandiendo supuestas credenciales de militante de la resistencia. El General lo sumó a su entorno como guardaespaldas. A mediados de mayo de 1957 Sorolla averiguó que Perón pensaba festejar la fecha patria del 25 de mayo con un asado.

Sorolla cada tanto daba una mano en el mantenimiento del auto que utilizaba Perón, un Opel. La noche anterior al festejo del 25 de mayo el agente infiltrado le dijo al chofer de Perón que limpiaría las bujías. En realidad, lo que hizo fue colocar la bomba de manera vertical en el motor. Fue un error: al explotar, destrozó el motor, pero no los asientos.

A la mañana siguiente Perón le pidió al chofer que vaya a comprar más carne para el asado, ya que se habían sumado nuevos comensales para el festejo patrio. Apresurado el chofer no siguió la rutina de calentar el motor cinco minutos antes de poner el auto en marcha. Arrancó sin calentar, anduvo unos minutos, bajó en la entrada de una carnicería, y a los pocos minutos reventó el Opel. El chofer quedó herido por el impacto de astillas en una mejilla.

Cabanillas le diría a Tomás Eloy Martínez: “He cometido pocos errores en la vida y esos pocos me duelen. Tal vez ninguno me duela tanto como no haber podido matar a Perón”.

Alfonsín

Dos veces intentaron matar a Raúl Alfonsín. Primero el 19 de mayo de 1986, cuando visitó el Tercer Cuerpo del Ejército, en Córdoba. Minutos antes que el presidente llegara al lugar, el oficial Carlos Primo, miembro del Comando Radioeléctrico cordobés, advirtió que cerca del lugar donde Alfonsín se iba a ubicar, había un cable negro sospechoso que se asomaba cerca de una alcantarilla. Primo Junto al cabo Hugo Velázquez, siguieron el rastro del cable y dieron con un artefacto explosivo compuesto por una bala de mortero calibre 120 mm con 2,5 kilos de TNT adosada a dos panes de trotyl de 450 gramos cada uno.

El Comando de Explosivos, logró desactivar exitosamente el artefacto. Nunca se pudo identificar a los autores del intento de asesinato, pero se pasó a retiro al máximo responsable de la seguridad presidencial, el jefe del escuadrón, el general Aníbal Verdura.
El segundo atentado fue en San Nicolás, el 23 de febrero de 1991. Ismael Abdala, un ex gendarme, se acercó al palco donde se encontraba el expresidente y gatilló varias veces su 32 largo, pero la bala nunca salió.

El oficial de la Policía Federal Daniel Tardivo, custodio de Alfonsín, lo cubrió con su cuerpo, mientras otro de los custodios, Ricardo Raúl Róvere, detuvieron al autor del disparo, que ya había sido reducido por el público que había ido a escuchar al líder radical.
El agresor fue declarado inocente por insanía e internado en un hospital psiquiátrico.

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