Por Claudio Leveroni
La paciente tarea política desarrollada durante años degradando al Estado en su rol estratégico para diseñar los destinos del país, logró su objetivo en los años 80. Fue una derrota cultural enorme para los intereses nacionales que se vio reflejada principalmente en una brutal ola de privatizaciones bajo el argumento que los argentinos no estábamos capacitados para administrarnos. Se hacía hincapié en el supuesto perfil corrupto que tenemos, sumado a un pueril romanticismo que arrastramos desde el 45 con la justicia social y la lucha por la igualdad.
En aquellos años 80 sepultaron la idea de soberanía e independencia política y económica. Nos arrastraron al fango hasta convencer a una porción de nuestra sociedad que nosotros, los argentinos, somos el problema en esta región del planeta que nos toca vivir. Un porcentaje de la población lo creyó. Fue lo suficientemente voluminosa la cantidad como para elegir a través de las urnas un modelo a contramano de los intereses nacionales. Así nos arrebataron Aerolíneas Argentinas, YPF, y los servicios de Obras Sanitarias en agua corriente, También dejamos escapar Gas del Estado en el suministro de gas y desapareció Segba, la distribuidora de energía eléctrica en Capital y Gran Buenos Aires, y el servicio telefónico que prestaba ENTEL.
“Nada de lo que deba ser estatal debe quedar en manos del estado” se atrevió a decir un ministro privatizador mientras presentaba la ruinosa ley de reforma del Estado que no era más que la entrega de lo que el país había construido a lo largo de toda su historia. Varias generaciones que colocaron ladrillos para la construcción de la logística nacional fueron destratadas. Sus esfuerzos arrojados a grupos de hienas desesperados por devorar todo lo que se les entregaba. Fue brutal el saqueo.
Se llevaron los ferrocarriles, cerraron ramales y estaciones mutilando decenas de pueblos que quedaron aislados por ser considerados parte de una argentina inviable. Así llegaron a definir hasta una provincia, Formosa, acaso pensando que alguien la podía comprar. Se quedaron con Yacimientos Carboníferos Fiscales, con la Administración General de Puertos, con los subtes, con el área materia Córdoba Aviones, con el Banco Hipotecario Nacional, con el CEAMSE, con el Correo y hasta con la Casa de la Moneda.
Privatizaron fabricas militares, como la que producía Ácido Sulfúrico y otra que desarrollaba vainas y Conductores eléctricos. Vendieron la Hidroeléctrica Norpatagónica (Hidronor), la minera Hierro patagónico de Sierra Grande (HIPASAM) y las 3 petroquímicas que tenía el Estado argentino, la de Bahía Blanca, General Mosconi y Río Tercero. Hicieron lo mismo con la siderúrgica Somisa y con Talleres Navales de Tandanor.
Las hienas del capitalismo salvaje engullían todo, y esa franja de argentinos que bendijo la entrega tuvo una breve primavera que incluyó la degradación de la moneda con el uno a uno. Una forma de satisfacer la tilinguería de pertenecer al primer mundo.
Si bien lentamente se fueron recuperando algunos de esos servicios y producciones estratégicos para el desarrollo nacional, como Aerolíneas Argentina o YPF, ya pasaron 30 años y seguimos pagando las consecuencias de aquella derrota cultural. Lo sucedido con el servicio eléctrico esta semana es una prueba más de un fraude del que aún no toman nota buena parte de los argentinos estafados. Su concientización es una verdadera Causa Pendiente.