Atravesamos por estos días momentos de tensión con el Fondo Monetario Internacional. En el marco de la renegociación de la deuda que adquirió de manera irresponsable en 2018 Mauricio Macri, Argentina debe asumir vencimientos por 8.072 millones de dólares hasta fin de año, la mitad de ese monto en septiembre y la otra en diciembre. Las reservas del Banco Central están sin esos fondos, la sequía impidió este año un ingreso que estaba calculado en 20 mil millones de dólares, por lo tanto renegociar el acuerdo con el FMI es indispensable para no ingresar en default.

No es tarea sencilla. El Fondo Monetario Internacional se muestra inflexible. Recomienda siempre la misma receta, el ajuste en las cuentas fiscales. Esto representa, entre otras cosas, la anulación de obra pública como la inaugurada hace pocos días con el gasoducto Néstor Kirchner que requirió de una inversión de 2.500 millones de dólares. Transportar el gas de Vaca Muerta al resto del país permitirá un ahorro en la importación de energía por 6.200 millones de dólares en el próximo año y medio. Una ecuación que nos permite visualizar que sin grandes inversiones no hay crecimiento.

El FMI es monitoreado a discreción por Estados Unidos, país poseedor del 17,5% de su representatividad. El organismo financiero es una de las herramientas que le permite al país del norte ejercer su dominio geopolítico mundial. El FMI no presta dinero a las naciones empobrecidas para que se desarrollen y lo devuelvan, lo hace para forzar endeudamientos que debilitan a esas naciones, y así poder controlar sus economías.

Argentina se había librado del FMI en enero de 2005 cuando Néstor Kirchner asumió una determinación política de extraordinaria trascendencia, abonar la totalidad de la deuda que en aquel entonces nuestro país mantenía con el organismo, 9.500 millones de dólares.

El irresponsable endeudamiento que forzó Mauricio Macri en 2018 no solo volvió a generar un estado de dependencia con el FMI, también provocó una sospechosa y extraordinaria fuga de capitales. Así lo reconoció el propio FMI en un informe donde el organismo multilateral reconoció el fracaso del préstamo a la gestión de Macri. En esa evaluación que realizó dos años atrás. también además advertía que hubo una importante fuga de esos capitales girados. La justicia argentina debe dar una respuesta a este interrogante.

En medio de las duras negociaciones que viene llevando adelante el gobierno nacional con el FMI, ha tomado protagonismo la posición que comenzó a asumir China. En el viaje que realizó a ese país hace poco una comitiva argentina, encabezada por el ministro Sergio Massa, se acordó renovar y ampliar el swap de monedas con la potencia asiática.

Tras ese acuerdo con China nuestro país cuenta con 130.000 millones de yuanes, que equivalen unos USD 19.000 millones. Lo que ingresa como posibilidad hoy es que la potencia de Asia avalaría que Argentina utilice ese segundo tramo del swap para abonar vencimientos con el FMI. China, con un 6,5% de representatividad es el tercer país en importancia dentro del FMI detrás de EEUU y Japón.

Hay detrás de esta pulseada una puja geopolítica mundial. No son pocos los analistas que comienzan a observar que se está atravesando un tiempo que puede derivar en un nuevo orden económico, con un liderazgo más atenuado de Estados Unidos.

Hagamos un poco de historia. El capitalismo es un sistema económico en el cual el dominio de la propiedad privada desempeña un papel fundamental. Tanto los mercaderes como el comercio existen desde que existe la civilización, pero el capitalismo como sistema económico no apareció hasta el siglo XIII en Europa sustituyendo al feudalismo.

La importancia de la producción de cada país no se hizo notar hasta la Revolución industrial que tuvo lugar en el siglo XIX. Desde entonces la multiplicación del capital se sostiene básicamente en la producción de bienes y servicios, algo que comenzó a ser suplantado en los años setenta del siglo pasado con la especulación financiera que apuntó a multiplicar el dinero sin el respaldo de la producción.

Aunque se sostiene en la actividad privada, el rol del Estado ha sido determinante para la implementación del capitalismo bajo un nuevo orden económico que terminó de afianzarse a mediados de los años cuarenta, al finalizar la segunda guerra mundial.

Cuando aún sonaban las bombas del segundo gran conflicto bélico del siglo XX, en Julio de 1944, se reunieron en Bretton Woods, en el norte de los Estados Unidos, dirigentes de 30 países con la decisión de fijar los ejes de las nuevas políticas monetarias y comerciales una vez finalizada la guerra.

La creación del F.M.I. y el Banco Mundial, fieron parte central en la discusión del nuevo orden. El Banco Mundial financiaría la reconstrucción en los países afectados por la guerra, y el Fondo Monetario Internacional estabilizaría los índices de cambio y los desequilibrios en la balanza de pagos. El acuerdo de los aliados triunfantes estableció un nuevo sistema de paridades, con la convertibilidad oro-dólar, transformando el signo monetario estadounidense como la nueva moneda fuerte del mundo. Tan fuerte fue que años más tarde, en 1971, Estados Unidos determinó que ya no era necesario el respaldo oro para su moneda.

Resulta importante detenerse a analizar cómo fue la disputa interna, entre británicos y norteamericanos, para determinar las características más trascendentes del nuevo modelo. Antes de la aprobación del Convenio Constitutivo del Fondo Monetario Internacional, dos proyectos lucharon por orientar sus políticas. Dos economistas estaban a la cabeza de cada uno de esos proyectos en pugna. John Maynard Keynes, representante de los intereses británicos, y Harry Dexter White, que impulsaba el proyecto norteamericano.

Keynes sostenía que cada país debía tener independencia en la planificación y ejecución de su propia política económica. Proponía la creación de una “Unión Internacional de Compensación”, cuyo objetivo sería evitar desequilibrios, y cubrir el déficit de los países deudores con los saldos positivos de aquellos con balanza favorable.

White, en cambio, preconizaba la creación de un Fondo Internacional de Estabilización, para facilitar créditos a aquellas naciones con saldo negativo en sus balances de pago. Un fondo constituido mediante el aporte de oro y monedas domésticas, de los países miembros. De esta forma, y a diferencia de la propuesta inglesa, este organismo tendría la capacidad para crear medios de pago internacionales.

Mientras elaboraban los borradores del acta de nacimiento del FMI, White y Keynes disintieron, también, a propósito de las naciones que serían admitidas en el Fondo. El economista británico sostenía que la ayuda financiera para la reconstrucción de posguerra no debía ser canalizada a los países que tuviesen economía centralmente planificada, como la Unión Soviética. Pero, el economista estadounidense impuso su criterio y la URSS fue admitida en el FMI. No sería por mucho tiempo, menos de un año después de la constitución del FMI, Josif Stalin retiró a la superpotencia oriental del organismo.

La conferencia de Bretton Woods en 1944, donde fue creado el FMI, fue presentada como un plan conjunto anglo-norteamericano, aunque en realidad no fue otra cosa que una versión levemente modificada de la propuesta White, quien por entonces era Secretario del Tesoro norteamericano, y aunque resulte extraño, estaba sospechado e investigado por el FBI de ser un espía soviético, un dato que en la actualidad, con los archivos desclasificados hasta el momento, está más cerca de ser verdadero que falso.

En diciembre de 1945 el FMI se constituye como tal. Cuando sus tareas originales, ligadas a la posguerra, finalizaron, el organismo fomentó políticas para la acumulación de poder. Comenzó a forzar la colocación de dinero en países en vías de desarrollo y con democracias débiles o gobernadas por dictaduras.

Una tarea que se desarrolló especialmente a principio de los años setenta, aprovechando la colocación de los excedentes que producía la renta petrolera mundial. No hubo, por entonces, cláusulas rigurosas, ni misiones especiales de los hombres del Fondo, para controlar la marcha de las economías de los países que se estaban endeudando. Aún más, el Fondo financió gobiernos surgidos desde la ilegalidad, como fueron las dictaduras de América Latina, a quienes incentivó a fomentar el proceso de revalorización financiera que en la argentina regenteo, a partir de 1976, José Alfredo Martinez de Hoz el ministro de economía de la dictadura cívico-militar.

Alfredo Martínez de Hoz interpretó fielmente el proyecto político que se imponía con el endeudamiento. El capitalismo especulativo se fortaleció como modelo en éstos año setenta, como parte de un proyecto político de dominación que regenteaba Estados Unidos a través del Banco Mundial y el FMI.

Para tomar dimensión de lo que esto representó es bueno recordar que en, 1976, cuando el gobierno de María Estela Martínez fue derrocado, tenía una deuda pública de poco más de 6 mil millones de dólares. Cuatro años más tarde, en 1980 el monto adeudado era de 14.459 millones de dólares en el ámbito público, y 12.703 millones en manos privadas. Antes de dejar el poder la dictadura se encargaría de unificar esa deuda para que quede toda en manos del Estado Nacional. Los privados pudieron transferir sus deudas gracias a un mecanismo denominados seguros de cambio que implemento Domingo Felipe Cavallo desde la Vicepresidencia del Banco Central.

Porcentajes de endeudamiento similares fueron impuestos a las distintas naciones de Latinoamérica que también soportaban dictaduras similares a las de nuestro país. Estos compromisos forzados actuaron como un verdadero grillete para evitar decisiones de políticas independientes de las generaciones futuras de nuestro continente.

En 1983, la dictadura argentina se retira dejando una deuda, ahora unificada a través de los seguros de cambio que impuso Domingo Felipe Cavallo de 43 mil millones de dólares.

Alfonsin llegó a la Rosada nadando entre la euforia de la recuperación democrática, y el condicionamiento que le generó el peso de los compromisos externos. El modelo especulativo del capitalismo, bautizado como salvaje en aquellos años, mantuvo a Argentina amarrada a las imposiciones de los organismos internacionales a través del endeudamiento externo. El FMI comenzó a exigir políticas de ajuste fiscal, la venta de empresas de servicios públicos y de bienes en manos del Estado Nacional. La deuda se multiplicó por el aumento de las tasas financieras que Estados Unidos le impuso al mundo

Cuando la democracia Argentina, a partir de 1989, se mostró dócil y permeable a implementar las normas económicas que pedía el Fondo Monetario, puso a nuestro país en la vidriera del escenario mundial. Instaló al modelo como ejemplo para acceder al primer mundo. La década menemista fue todo un símbolo de ese entusiasmo.

En octubre de 1995 un documento del F.M.I. elogiaba las políticas de Domingo Cavallo, que continuaba el trabajo que él mismo había iniciado en 1981 traspasando la deuda privada al ámbito público. Esa segunda parte se completaría con la más agresiva política de privatizaciones que no fue capaz de hacer ningún otro país en el mundo. El Estado Argentino se achicó desprendiéndose rápidamente de sus activos más preciados.

Pese a achicar el Estado con la venta de empresas que le eran propias la deuda externa continuó creciendo. En un solo año, 1995, lo hizo en 9 mil millones para trepar a 91.467 millones de dólares. Había crecido un 57% a lo largo del plan de convertibilidad, pese al plan Brady y al rescate de deuda que se concretó con las privatizaciones. El capitalismo salvaje o especulativo devoró a nuestro país a una velocidad temible.

El ciclo de endeudamiento argentino continuó creciendo después de la caída de Menem. Argentina pasó a ser un país experimental para poner a prueba nuevos mecanismos de dominación económica. Surgió el Blindaje financiero que en el 2000 aceptó Fernando De la Rua. Fueron 39.700 millones de dólares. Se trató del apoyo financiero más grande de la historia argentina hasta ese entonces. Casi 19 mil millones los aportó el F.M.I. y el Banco Mundial. La deuda Argentina ya estaba por encima de los 120 mil millones. El ministro de Economía era el radical José Luis Machinea.

Solo seis países en el mundo antes de la Argentina habían recibido un blindaje para evitar la cesación de pagos. México en 1995, Indonesia y Corea del sur, en 1997, Rusia y Brasil en 1998, y Turquía en el 2000. Todas naciones que llegaron a esas situaciones siguiendo las recetas económicas del F.M.I.

Por supuesto que aquel blindaje no tranquilizó a los mercados, ni cubrió las grietas que el plan de convertibilidad presentaba. Increíblemente Domingo Cavallo volvió al Palacio de hacienda después del cortísimo y paupérrimo paso de Lopez Murphie. Se creyó que sería una buena señal para tranquilizar a los mercados y al Fondo.

La respuesta del fondo, para el ministro que llegó a exportar el uno a uno a otros países de Latinoamérica, fue mayores ajustes. Por sugerencia del FMI, se ingresó al llamado plan canje. Fue la última apuesta realizada por el padre de la convertibilidad. Se canjeaban 50 mil millones de la deuda argentina que, según Cavallo, le permitían a nuestro país ahorrar 3 mil millones por que era a una tasa muy baja.

La debacle argentina fue tan previsible que cuando efectivamente ocurrió, en diciembre de 2001, ni siquiera tuvo efectos colaterales para el resto de las economías regionales del mundo, Los mercados internacionales no se inquietaron.

En el 2003 hubo un cambio drástico de estrategia nacional. Néstor Kirchner denunció las políticas del FMI. Lo acuso de cometer gruesos errores en el diagnóstico de la crisis, y de presionar a los gobiernos exigiendo la aplicación de medidas que van más allá de sus atribuciones.

Horst Kohler, titular del FMI, llegó a nuestro país en junio de 2003 y respondió las acusaciones. Poco menos de dos años después de la visita de Kohler, en enero de 2005, Néstor Kirchner asumió la determinación soberana de concluir con la deuda ante el FMI. Casi al mismo tiempo que Lula en Brasil, decidió cancelar los 9.500 millones de dólares y liberarse de un organismo que solo representa el interés de sostener el esquema dominante de la geopolítica mundial.

Si bien es difícil repetir, en estos días de escases de reservas en nuestro Banco Central, aquella determinación de 18 años atrás es esperable que se mantenga la misma fortaleza soberana que tuvo Kirchner para resolver el principal conflicto que nuestro país tiene en la actualidad: La brutal deuda externa que asumió enteramente Mauricio Macri en 2018.