Por Claudio Leveroni
El mensaje de Milei de este viernes, pidiéndole a Kicillof que renuncie, instala una manifiesta intención de justificar una eventual intervención nacional a la provincia de Buenos Aires. No se trata de un hecho de perfil totalitario aislado. Esta misma semana el presidente acaba de firmar un decreto para instalar dos nuevos integrantes en la Corte Suprema de justicia, decisión que tuvo una llamativa celeridad para ser concretada por un tribunal que, justamente, no se destaca por su velocidad en las causas.
Milei se siente a sus anchas fortaleciendo la vehemencia confrontativa con todo aquel que piense distinto a él. Es un método de construcción política socialmente muy riesgoso y con escaso perfil democrático. La historia de nuestro país, y también de buena parte del mundo, tiene ejemplos de sobra mostrando que estas actitudes mesiánicas suelen tener acompañamiento de un sector de la población que, con llamativa rapidez, se suma a la justificación de aniquilar al otro que no piensa igual. Con esta estrategia Milei hurga en esta franja social. Busca consenso para una metodología de brutal confrontación bajo la expectativa de mejorar las condiciones económicas de los más fuertes.
Mirando hacia atrás en las páginas de nuestro propio recorrido como país encontramos mojones de brutalidad mesiánica que tuvieron consenso en esa franja social. A veces fue desde un silencio cómplice, en otras ocasiones hubo una participación más activa. Rescato dos postales del siglo XX relacionadas con esa adhesión a la acción política mesiánica. El bombardeo del 16 de junio de 1955 a población civil que se desplazaba por Plaza de Mayo y el golpe de estado de 1976.
Durante mucho tiempo una franja social justificó a los aviones que sobrevolaron arrojando bombas en el microcentro porteño. Lo hicieron durante casi cinco horas asesinando a 400 personas. No hubo aviso previo, fueron y arrojaron bombas que cayeron sobre los desprevenidos transeúntes que circulaban por Plaza de Mayo o sus cercanías. Una de esas bombas cayó sobre un micro escolar asesinando decenas de pibes que visitaban la ciudad.
Los armadores de ese delito de lesa humanidad nunca fueron condenados, por el contrario recibieron palmadas y felicitaciones con reportajes en distintos medios donde contaron como arrojaban esas bombas sobre la gente. Muchos de ellos fueron premiados al asumir como funcionarios de las dictaduras del 55 y del 76.
El segundo ejemplo de connivencia de un sector social con la brutalidad política, está relacionado con el golpe de 1976. Una complicidad que se puede sintetizar en una frase símbolo repetida en aquella época como respuesta a la catarata de desaparecidos. «Por algo será», aseguraban desde una postura incauta justificando aquel capítulo siniestro de nuestra historia. Argumentos que, tanto para el bombardeo del 55 como el golpe del 76, fueron alimentados desde distintas usinas de comunicación aferradas a una escala de valores que tiene al odio como principal nutriente.
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