Cuantas veces se han escuchado frases como…”si los ingleses habrían ganado en las invasiones hoy estaríamos mucho mejor”. Dicho esto, en referencia a los intentos bélicos de 1806 y 1807 de la corona británica para apoderarse de los intereses reinantes en el Río de la Plata. Acaso, sea esta una cita que ancló con profundidad en un segmento de la clase media argentina repetidora habitual de consignas destinadas a degradar lo propio para exaltar aquello que le parece un ideal inalcanzable ubicado fuera de nuestras fronteras. Una franja social que con llamativa frecuencia da testimonio del dominio colonial y cultural que pesa sobre ella.
Si bien el valor que representa la soberanía nacional siempre estuvo presente con referentes que se distribuyen a lo largo de la línea histórica de nuestro país, hubo determinados momentos donde la exaltación de la independencia cultural, económica y política ha sido un estandarte de época que marcó a generaciones siguientes.
En esa dirección, a mediados de la década del treinta del siglo pasado, brilló con particular intensidad un grupo de intelectuales. Fue tras la caída del gobierno de Hipólito Irigoyen en 1930 cuando comenzaron a unirse pensadores de los intereses nacionales comulgando en ideas propias. A mediados de 1935, crearon la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (Forja). Allí estuvieron, entre otros, Gabriel del Mazo, Arturo Jauretche, Homero Manzi, Raúl Scalabrini Ortiz, Luis Dellepiane, Homero Manzi, Hernández Arregui, Darío Alessandro y Jorge Luis Torres.
Con lenguaje accesible a las mayorías populares FORJA logró trasladar conceptos que desnudaron el andamiaje de una cultura colonial que siempre se mantiene alerta en la búsqueda de cómo frenar intentos de políticas propias e independientes en nuestro país. Por ejemplo, Raúl Scalabrini Ortiz solía reiterar que la moneda era como la sangre de una Nación. Pero, en aquellos años esa moneda la manejaba un Banco Central que estaba en manos de grupos extranjeros como la Baring Brothers, la Banca Morgan y la Leng, Roberts and Company. Bancas que eran acreedoras del gobierno argentino.
¿Cómo nuestro país llegó a tener a tres grupos económicos ingleses dentro del Banco Central? Es algo íntimamente relacionado con uno de los hechos más escandalosos de la historia argentina, el pacto Roca-Runciman sellado en 1933, en plena década infame, bajo la presidencia de Agustín Pedro Justo.
Justo tenía como vice a Julio Argentino Roca (hijo). Fue él quien estampó la firma junto a la del encargado de negocios británico, Walter Runciman, aceptando condiciones que solo se imponen a una nación tras una derrota en una guerra. En ese pacto el Reino Unido se comprometía a continuar comprando carnes argentinas en tanto y en cuanto su precio fuera menor al de los demás proveedores mundiales. Como contrapartida, Argentina aceptó la liberación de impuestos para productos británicos al mismo tiempo que tomó el compromiso de no habilitar frigoríficos de capitales nacionales.
El 10 de febrero de 1933 se firmó el infame pacto. Durante el brindis el Príncipe de Gales afirmó: “Es exacto decir que el provenir de la Nación Argentina depende de la carne. Ahora bien: el porvenir de la carne argentina depende quizás enteramente de los mercados del Reino Unido”. Julio Roca, lejos de indignarse celebró la bravuconada respondiendo: “Argentina, por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperio británico”.
Dos años después de firmado el pacto Roca – Runciman, en 1935, se creó el Banco Central como una entidad mixta con participación estatal y privada. Tenía entre sus funciones la exclusividad en la emisión de billetes y monedas, y la regulación de la cantidad de crédito y dinero, así como la acumulación de las reservas internacionales, el control del sistema bancario y actuar como agente financiero del Estado ejerciendo el papel de “prestamista de última instancia”. Raúl Prebisch fue el gerente durante 9 años manteniendo particular preferencias por los intereses de los socios británicos del Banco Central.
En marzo de 1946, por un decreto firmado por el presidente de facto Edelmiro Farrell, se nacionalizó el Banco Central. Fue una determinación que tuvo la influencia de Juan Domingo Perón quien un mes antes había ganado las elecciones presidenciales.
En 1949 el Banco pasó a depender del Ministerio de Finanzas de la Nación profundizando la política de orientación del crédito hacia la producción en actividades de importancia para el desarrollo del país. Acaso, el mejor resumen para comparar la época del Banco Central con socios ingleses con aquella otra que lo nacionalizó, la hizo con particular crudeza en 1955 otro forjista, Arturo Jauretche en su libro El Plan Prebisch retorno al coloniaje.
Para alimentar sus abundancias las naciones más desarrolladas a partir de sus políticas imperiales necesitan constituir colonias que abastezcan necesidades propias. En los primeros años del siglo XX el Imperio Británico tenía una población de 458 millones de personas distribuidas en miles de kilómetros cuadrados fuera de su región natural.
Solo en África Inglaterra tenía 22 colonias, la misma cantidad en Asia, en muchos casos provincias en donde existen países como Irak, India, Palestina, Qatar, y el Nepal. En las costas del pacifico el imperio disfrutaba la dominación de 12 territorios importantes como Australia, Nueva Zelanda o Fiyi. En Europa, Gibraltar o Chipre. En América, a principios del siglo XX, manejaba la voluntad de 25 países como la actual Belice, Jamaica, Dominica o las Islas Caimán.
Los reclamos sobre las políticas coloniales se mantienen en la actualidad en Naciones Unidas a partir de un Comité de Descolonización creado en 1961 en base a 72 reclamos de autonomía o independencia de distintos dominios imperiales. El próximo jueves el organismo tendrá un nuevo cónclave con presencia argentina.
Nuestro país volverá a poner sobre la mesa el reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas. Los británicos mantendrán su ninguneo a la solicitud argentina, tal como lo vienen haciendo desde siempre. También se escucharán otros pedidos similares de colonias que piden independencia de la corona. Gran Bretaña está acusada de sostener 11 de los 17 casos de colonialismo que aún existen en todo el mundo.
Las colonias que formalmente mantienen los británicos en todo el planeta, están ubicadas en el Sahara Occidental y en varias islas del caribe: Anguila, Bermuda, Caimán, Monserrat, Turcas y Caicos, e Islas Vírgenes Británicas. También mantienen como colonias las islas Santa Elena, en el Atlántico; Pitcairn, en Oceanía; y Gibraltar, en la Península Ibérica; además de nuestras Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. Todas estas regiones reclaman independencia de los intereses británicos.
Las otras 6 colonias, de las 17 que existen en todo el mundo en la actualidad pendientes de su descolonización, corresponden a Estados Unidos, que posee las Islas Vírgenes estadounidenses, Guam y Samoa Americana; Francia que tiene a Nueva Caledonia y la Polinesia francesa. Finalmente, Nueva Zelanda mantiene posesión del archipiélago de Tokelau un conglomerado de 127 islas ubicadas en Oceanía con poco más de 1.400 habitantes.
Las naciones que resisten entregar territorios colonizados no solo lo hacen para lograr mantener flujos comerciales y económicos, también apuntan a fortalecer su poder expansionista y la nada sutil presencia militar dispuesta a intimidar reacciones. Los intereses británicos en las Malvinas no solo están referidos a la exploración petrolera, y los recursos pesqueros. Mantenerse como titulares de nuestro archipiélago le permite proyectar su dominio hacia la Antártida, un territorio cuya disputa política se mantiene pendiente.
Considerado el cuarto continente más grande del mundo, después de Asia, América y África, la Antártida es uno de los lugares más anhelados del planeta. Siete países reclaman partes de su extenso territorio de 14 millones de kilómetros cuadrados. Algunas son naciones lindantes, como Argentina, Australia, Chile y Nueva Zelanda, otras piden territorio por su cercanía colonial como Francia y el Reino Unido. El séptimo país es Noruega basando su reclamo en las exploraciones realizadas en 1911 por Roald Amundsen, la primera persona que llegó hasta el Polo Sur geográfico, es decir el punto más austral de la superficie terrestre.
El primer país en instalar una base permanente en la región Antártica y declarar su soberanía allí fue Argentina, en 1904. La Base Orcadas es la estación científica antártica más antigua que se mantiene en funcionamiento. Argentina asume al continente blanco como una extensión de Tierra del Fuego y las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur.
Mantener el control de las Malvinas le ha permitido al Reino Unido hacer su propio reclamó sobre la Antártida. Lo hizo por primera vez en 1908. Desde entonces solicita la misma región que reclama Argentina. Es este uno de los puntos centrales de porque Gran Bretaña mantiene intransigencia ante el reclamo Argentino por Malvinas.
Las políticas imperiales suelen disputar espacios entre si, pero también hacen acuerdos de distribución. Marcan territorios y despliegan culturas en ellos, desde las pedagógicas hasta las económicas. En ocasiones se ayudan mutuamente para sostener el orden en las colonias. Los argentinos hemos conocido de cerca la fortaleza de esas alianzas durante el conflicto armado por Malvinas. En esa ocasión estados Unidos apoyó a los ingleses y hasta les facilitó información durante los días de guerra.
No siempre para sostener el poder colonial las alianzas imperiales son tan frontales como en aquella batalla de 1982. En ocasiones merecen lecturas más sutiles. En la reciente Cumbre de las Américas que organizó Estados Unidos en la ciudad de Los Ángeles se utilizó un logo del continente como insignia del encuentro.
Nunca antes, en ninguno de las ocho cumbres anteriores se había utilizado el mapa de América como símbolo. En esta ocasión, como lo hizo notar el propio Presidente Fernández durante su exposición, hubo una grave omisión. No figuraban las Malvinas, acaso imaginadas como fuera de la soberanía de una nación americana.