El Jefe de Gobierno porteño, en una indisimulable estrategia buscando limar el crecimiento que viene teniendo desde la extrema derecha Javier Milei, ha decidido en sus últimas presentaciones públicas sobreactuar una vehemencia que no está en su naturaleza. Eligió a la fracción con más volumen en el Frente de Todos, el kirchnerismo, para apuntarla como la maldad encarnada en la política.
En esa sobreactuación, lanzando dardos contra el sector que lidera Cristina Fernández, Larreta ordenó cumplir a sus colaboradores más cercanos con la misma tarea. Así se los vio al Ministro de Gobierno, Jorge Macri (postulado a ser el sucesor de Larreta al frente de la administración porteña), o su Jefe de Gabinete, Felipe Miguel. Ambos, sin cintura para jugar de duros, mostrandose furiosos contra los K en la conferencia de prensa en la que defendieron el sistema de identificación facial obstruido por un fallo judicial cuyo magistrado, Roberto Gallardo, fue tildado por los funcionarios de operador político, por supuesto, del kirchnerismo.
Este miércoles Larreta amaneció con el mismo discurso anti K. Lo desvela la posibilidad de perder electorado ante el excéntrico Milei que ya dejó pruebas de no tener límites para correrse cada vez más a su diestra con propuestas disparatadas. “El kirchnerismo le hace trampa a la Democracia Una vez más, el kirchnerismo quiere quebrar el Estado de Derecho y la división de poderes en la Argentina. No lo vamos a permitir”, lanzó Larreta en redes sociales furioso por la estrategia oficialista de dividir el bloque de senadores y quitarle así la representación de Juntos por el Cambio en el Consejo de la Magistratura. Obvio, también es un aval a la determinación de la Corte Suprema de intervenir el Consejo de la Magistratura, aumentando el número de sus miembros y legislar en consecuencia, algo que no compete al máximo organismo de la justicia argentina.
Larreta se corrió de su perfil natural, el mismo que le permitió ganar en dos ocasiones las elecciones porteñas que lo ungieron como Jefe de Gobierno. Asume correr el riesgo de caminar en el límite de un escenario ajeno a su escénica. Es también una muestra de la carencia de colaboradores de confianza que le adviertan sobre una vieja consigna que manda en la política, del ridículo no se vuelve.
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