Por Claudio Leveroni
Pasaron 50 años y aún siento la pesadumbre de aquella jornada. Sabíamos que no estaba bien de salud. Dos días antes delegó la presidencia marcado por la huella del viaje a Paraguay realizado tres semanas atrás.
El 6 de junio de 1974 Perón insistió en viajar a Asunción. Quería hacerlo, lo necesitaba, era parte de una acción que apuntaba a un objetivo que era su obsesión: la unión regional. Lo recibió un temporal. Bajo una llovizna pertinaz y con temperatura muy baja permaneció de pie en la cubierta de un barco. Escuchó los 21 cañonazos de bienvenida lanzados desde la cañonera que lo había cobijado en 1955, cuando sufrió el golpe cívico – militar.
Estaba allí para seguir contribuyendo a la construcción de la patria grande. Esa misión la había iniciado desde el día inicial de su primer gobierno. Con el tiempo la fue consolidando. Siempre estuvo atento a dar señales y desarrollar acciones de interés común para unir esta región de América.
Una de esas acciones ocurrió el 16 de agosto de 1954 cuando el Presidente Perón se apersonó al puerto de Asunción para devolver los trofeos de guerra que existían en nuestro país relacionados con la Triple alianza, un conflicto vergonzante que protagonizaron Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay entre 1865 y 1870.
En aquella tercera presidencia Perón se encargó de apurar la conexión ferroviaria Encarnación-Posadas, hizo lo mismo para la concreción de la represa de Yaciretá, que preveía inaugurar en 1980. Avanzó en convenir la construcción de otra represa gigantesca en Corpus. Todos gestos y acciones con el objetivo político de unir intereses comunes en el cono sur.
Las crónicas periodísticas de la época dan cuentan que el enfriamiento que sufrió Perón en Asunción lo tuvo a mal traer en los días siguientes. Cuarenta y ocho horas después del retorno a Buenos Aires se entrevistó con el máximo referente radical, Ricardo Balbín, a quien le comentó lo resquebrajada que estaba su salud.
El 1 de Julio de 1974 en las primeras horas de la tarde su esposa, Isabel Martínez, con voz entrecortada dio la noticia. “Ha muerto un verdadero apóstol de la paz y la no violencia”. El país, que lo había bendecido por tercera vez como presidente con el 62% de los votos, quedó conmovido.
“En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardará en volverse tolerable”, escribió en la tapa del diario Noticias, y debajo de un titulo a seis columnas con la palabra Dolor, Rodolfo Walsh.
Perón fue velado en el Congreso nacional. Dos millones de personas rodearon el parlamento. Solo el 10% de ellos pudieron desfilar frente al cuerpo del líder. El paso del tráiler con los restos de Perón fue conmovedor. Desde soldados llorando con rostros desencajados hasta personas que, abrazadas a la pesadumbre de un cielo gris, empezaban a sentir el peso de orfandad.
El velorio duró 2 días, después el cuerpo fue llevado a la Quinta de Olivos. Ese hombre nos dejó cuando tenía 78 años. Los médicos Pedro Cossio, Jorge Taiana, Domingo Liotta y Pedro Vázquez, firmaron el certificado de defunción determinando que Perón sufrió un paro cardíaco como resultado del agravamiento de la cardiopatía isquémica crónica que padecía.
El genio de Perón flota entre nosotros. Nos interpela desafiándonos a concretar su propio sueño, el de una patria justa, libre y soberana. En eso estamos, aunque aún sigue siendo una causa pendiente.
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