Los atrevidos que alientan una sociedad más igualitaria sufren consecuencias. Arturo Jauretche supo definir que conquistar derechos provoca alegría, mientras que perder privilegios provoca rencor. Desde allí las minorías empoderadas alimentan y desparraman su odio que, en ocasiones, logra penetrar en algunos sectores de nuestra sociedad dispuestos asumir como propios los intereses de esa elite privilegiada. Cristina Fernández ha sido una de esas atrevidas. Una más en el sendero de nuestra historia.

Sin embargo, resulta saludable establecer que lo que debatimos esta semana a partir de su carta abierta, no es solo la proscripción a Cristina Fernández. Hay un hilo histórico que recorre nuestro país mostrando el hostigamiento permanente que reciben quienes representan políticas que amplían derechos y mejoran la distribución de la renta nacional.

Si bien las proscripciones bajo distintas modalidades se extienden a lo largo de los 200 años de nuestra historia, ponemos la mirada en este recorrido en lo que ha sucedido desde los años donde comenzó a moldearse nuestro modelo de democracia. Bajo ese contexto el primer mojón es la sanción y aplicación de la Ley 8.871, mejor conocida como Ley Sáenz Peña, que fue promulgada en febrero de 1912, estableciendo los primeros pasos de una incipiente democratización política en Argentina. Un nuevo régimen electoral regido por el voto universal-masculino, secreto y obligatorio.

Desde entonces tanto la proscripción como el exilio fueron recursos aplicados en distintos periodos. A veces fue burdo y grotesco, en otras ocasiones y como consecuencia de la concientización política de las masas, se fue apelando a recursos más sofisticados. Lo cierto es que siempre se aplicó contra quienes representan intereses populares que ponen en riesgo el poder concentrado que anida en la oligarquía local.

En los principios del siglo XX el escenario político nacional venía siendo timoneado por el Partido Autonomista Nacional. Un conglomerado de dirigentes de la clase más acaudalada que gobernaban el país desde 1880 bajo procesos fraudulentos viciados de corrupción. Con anterioridad a la ley Sáenz Peña el voto era cantado a viva vos por quienes se acercaban a las mesas de votación. Lo expresado por el votante era anotado en una planilla.

No había padrones y la voluntad de los ciudadanos frecuentemente era vulnerada por quienes transcribían en las planillas. Bajo este sistema llegaba a expresarse apenas el 5% de la población argentina.

Tamañas groserías, sumada a diversas crisis en la economía nacional, y una injusticia social creciente, fueron caldo de cultivo para un estado de rebelión subyacente. En julio de 1890 estalló la llamada Revolución del Parque, que representa ser el mojón inicial de la Unión Cívica Radical. También hubo divisiones dentro del Partido Autonomista Nacional con algunos reformistas que buscaban actualizar los mecanismos de dominación.

Entre esos reformistas estuvo el presidente Roque Sáenz Peña, que terminó aprobando la ley 8.871, buscando descomprimir la presión de los sectores excluidos del sistema de competencia electoral. La ampliación de esos derechos se aplicó por primera vez en 1916. Ese año surgió el primer presidente de la Nación Argentina elegido mediante el voto que estableció la Ley Sáenz Peña. El bendecido por el mandato popular fue Hipólito Yrigoyen.

Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen completaría el mandato que preveía la Constitución Nacional. En 1922 le entregó la banda presidencial a su correligionario, Marcelo Torcuato de Alvear que había triunfado en las elecciones de ese año. En 1928 se produce la misma escena, pero cambiando de rol los protagonistas. Yrigoyen, ganador de las elecciones de ese año, es quien recibe los atributos presidenciales por parte de Alvear.

El de 6 de septiembre de 1930 Hipólito Yrigoyen se transformó en el primer proscripto de la democracia argentina. Ese día el general José Félix Uriburu lideró un golpe militar que derrocó al presidente electo en 1928. No lo hizo en soledad lo acompañaron, además de organizaciones ligadas a la oligarquía local como la Sociedad Rural, un sector del radicalismo que se definió como antipersonalista, una forma de criticar las políticas de Yrigoyen recalando en características de su personalidad. Se trató de un perfil de crítica idéntico al que recibiría años más tarde Perón y en la actualidad Cristina Fernández.

Nos detenemos un instante en este recorrido de la Argentina proscripta para posarnos en uno de los protagonistas centrales del derrocamiento de Yrigoyen. Seis días antes del golpe, el ministro de hacienda de Yrigoyen, Juan Fleitas, se presentó en la inauguración de la exposición de la sociedad rural. Fue abucheado e insultado por un público que había llevado silbatos para hacerse oír. Según testimonian crónicas periodísticas el odio de los presentes llegó al extremo de reclamar a viva voz el derrocamiento y asesinato del presidente Yrigoyen.

La insidiosa crueldad de aquella invocación reposaba en que nueve meses antes, en la nochebuena de 1929, Yrigoyen había sufrido un atentado contra su vida. Mientras viajaba en su auto una persona le disparó en cinco oportunidades sin que alguna de las balas llegue a impactar en el cuerpo del presidente.

La Sociedad Rural es acaso el emblema ícono institucional más representativo de la oligarquía local. Fueron cultores, bajo la presidencia de Nicolás Avellaneda, de la llamada Conquista del desierto, aniquilando poblaciones autóctonas para quedarse con 18 millones de hectáreas distribuidas en poco más de 540 nuevos terratenientes. El presidente de la Sociedad Rural Argentina, José Martínez de Hoz, recibió 2,5 millones de hectáreas.

Con el golpe de Uriburu nace un período de enorme oscuridad reconocido en nuestra historia como la década infame, ya que se extendería por más de diez años. Proscripto Yrigoyen y el radicalismo, se realizaron elecciones presidenciales 13 meses después del golpe de estado. El 8 de noviembre de 1931 marcó el retorno de los conservadores al poder de la mano del general Agustín P. Justo, acompañado como vicepresidente por Julio Argentino Roca (hijo).

Aquel fraude electoral de donde surgió la presidencia de Justo fue asumido con orgullo no solo por los propios protagonistas centrales que accedieron al gobierno. Un sector de la burguesía local que adhería al conservadurismo lo llamó fraude patriótico, entendiendo que se hacía para salvar a la patria.

Las segundas elecciones dentro de la década infame se realizaron en 1937. Si bien el presidente Justo levantó la prohibición que recaía sobre la UCR, desplegó una verdadera catarata de delitos el mismo día del comicio. Sus fiscales amedrentaron a sus iguales opositores echándolos de las mesas de votación, quitando las boletas que llevaban la fórmula Alvear – Mosca. La defraudación se completó con la apertura de urnas en el Correo para cambiar las boletas. Estas maniobras fraudulentas permitieron que el radical antipersonalista Roberto Marcelo Ortiz se consagre presidente.

Las consecuencias de estos fraudes han sido catastróficas para el pueblo. El endeudamiento de la patria con intereses ajenos aparece siempre como un objetivo recurrente. En 1933, durante la década infame y por presión de la oligarquía local representada en la Sociedad Rural, el gobierno firmó un acuerdo con Gran Bretaña conocido como el Pacto Roca-Runciman. Fue un escándalo de proporciones. Por este acuerdo el Reino Unido le aseguraba a la Argentina comprar 390.000 toneladas anuales de carne. A cambio recibía cuantiosas concesiones para las empresas británicas. El 85% de la exportación debía realizarse a través de frigoríficos británicos, las tarifas de los ferrocarriles operados por el Reino Unido no se regularían, no se fijarían derechos aduaneros sobre el carbón, se daría tratamiento especial a las empresas británicas con inversiones en Argentina y se reducirían los precios de la exportación.

Sin proscripciones la democracia retoma fuerza en 1946 con la aparición de Juan Domingo Perón. Se inicia un período de profundas y audaces transformaciones económicas, sociales y culturales que no fueron ajenas a la mirada de las minorías históricamente dominantes.

Con el golpe del 16 de septiembre de 1955 renacen las proscripciones que se mantendrán por casi dos décadas. Aquella frase del general Eduardo Lonardi declarando “ni vencedores ni vencidos”, después del intento de asesinato a Perón estaba cargada de hipocresía. Bombardearon la Casa Rosada y la plaza de Mayo, asesinaron a 400 personas en un primer intento por derrocar la voluntad popular.

Las proscripciones llegaron hasta el grotesco. Aramburu y Rojas decidieron borrar al peronismo a través de un Decreto, el 4161, prohibiendo su sola mención, sus símbolos partidarios (imagen que acompaña esta nota). A Perón solo podían nombrarlo como “el tirano depuesto”. La prensa obedeció a pie juntillas ese mandato que se mantuvo así durante muchos años. Aquel insólito y brutal decreto 4161 estuvo vigente durante 8 años, hasta 1964. Tuvo efecto en las elecciones presidenciales de 1958, dejando al peronismo proscripto, impedido de presentar candidatos a cargos electivos. En esos comicios los dos principales candidatos fueron radicales. Arturo Frondizi era uno, por la UCRI, el radicalismo intransigente; y Ricardo Balbín el otro, por la UCR.

Frondizi resultó electo presidente con casi el 50% de los votos después de un acuerdo con Perón que se encontraba en el exilio. En ese pacto se estableció que Frondizi compensaría el apoyo que representó bajar otras candidaturas de peronistas presentadas con otras siglas, con una serie de medidas que debía poner en vigencia una vez instalado en la Rosada.

Entre esas medidas acordadas por Frondizi y Perón figuraban, para implementar en los primeros 120 días de gobierno: Reestablecer la reforma bancaria de 1946, concluir con la prohibición del peronismo y otorgarle personería jurídica, reemplazar los miembros de la Corte Suprema, restitución de bienes de la fundación Eva Perón y de quienes fueron perseguidos, y el levantamiento de inhibiciones gremiales, normalización de los sindicatos y de la CGT.

En febrero de 1958 Frondizi ganó y no cumplió con ninguno de esos acuerdos. El peronismo siguió proscripto y Perón mudó su exilio de Venezuela primero y República Dominicana después a la capital de España, Madrid. Con la traición de Frondizi consumada, en enero de 1959 Perón hace público en detalle el acuerdo no cumplido.

El 18 de marzo de 1962 hubo elecciones legislativas y también de gobernador en la provincia de Buenos Aires. Con el peronismo proscripto el dirigente sindical y peronista Andrés Framini encabezó la fórmula Unión Popular. Fue electo con casi el 40% de los votos bonaerenses. Dos días más tarde, el 20 de marzo, Frondizi intervino la provincia para evitar que asuma el gobernador peronista electo. Fue un mensaje que le envió a la junta militar que lo jaqueaba. De nada le sirvió. Una semana después sería derrocado.

En 1991, mediante una ley provincial, el gobernador Eduardo Duhalde reconoció la validez de la victoria electoral de Framini y por lo tanto ostenta el reconocimiento de exgobernador de la provincia, pese a no haber ejercido nunca el cargo.

Del golpe a Frondizi surgió José María Guido como primer mandatario. Fue bajo una escenografía política grotesca. Guido era hasta entonces el titular de la Cámara de senadores. Tomó su juramento como presidente ante los jueces de la Corte Suprema. Lo hizo sin mayores protocolos para poder llegar con rapidez a Balcarce 50, antes que lo hagan los militares quienes andaban enfrascados en la puja de azules y colorados. La intención de los uniformados era instalar al general Poggi como presidente. Llegaron tarde.

El presidente Guido siguió apostando a las proscripciones. El 19 de noviembre de 1962 dio a conocer el Estatuto de los Partidos Políticos, que prohibía al Partido Peronista. Bajo este esquema se realizaron las elecciones no libres de 1963.

El radicalismo volvió a aceptar las reglas de juego de una democracia con proscripciones. Llevó a Arturo Illia como candidato y lo mantuvo pese a una determinación grotesca que asumió el gobierno de Guido. Dos días antes de las elecciones presidenciales el gobierno prohibió la presentación de la lista del Partido Demócrata Cristiano, debido a que estaba encabezada por el neurocirujano Raúl Matera que militaba en el peronismo. Illia obtuvo el 25% de los sufragios mientras que el 20% de la población votaba en blanco como protesta por la proscripción al peronismo. Con ese estigma el radical Arturo Illia asumió la presidencia el 12 de octubre de 1963.

Illia también sostendría la proscripción al peronismo. A poco de asumir no aceptó el reclamo de la Confederación General del Trabajo de investigar la desaparición del militante sindical metalúrgico Felipe Vallese. Y en 1964, Arturo Illia impidió el ingreso a la Argentina de Perón. Le pidió a la dictadura militar brasileña que detuviera el avión que lo traía nuevamente al país. Los diarios y revistas aportaban lo suyo, hablaban del avión negro.

Las proscripciones se ampliaron a personajes de la cultura que adherían al peronismo. En 1964 el gobierno sancionó al artista Hugo del Carril excluyéndolo de la delegación argentina al Festival de Cine de Acapulco. Su pecado fue haberle exhibido el filme Buenas noches, Buenos Aires a Perón, que se hallaba exiliado en España.

Las persecuciones a peronistas se multiplican en ejemplos desde 1955 en adelante. Acaso uno de los más brutales fue el que sufrió la tenista Mary Terán de Weiss (foto). La mejor del país en su tiempo, llegó a estar rankeada entre las 10 mejores del mundo. Era la hija del bufetero y cuidador de las canchas del Rowing Club de Rosario donde comenzó a jugar. Su adhesión al peronismo le costó muy caro. El día del golpe del 55 estaba jugando un torneo en Alemania. Era tanto el odio de aquellos militares que se tomaron el trabajo de llamar a los organizadores alemanes para que no la dejen seguir compitiendo.

A Weiss le confiscaron su departamento en Belgrano y el negocio de ropa deportiva que tenía. Debió permanecer exiliada en Europa hasta 1959. Cuando regreso no la pasó nada bien. El Belgrano Athletic, su otro club después del rosarino, no le permitió el ingreso. River la aceptó, pero pocos quería competir con ella. Era la cara peronista en el tenis. No tuvo acompañamiento de la prensa. El 8 de diciembre de 1984 se suicidó tirándose desde el séptimo piso de un edificio en Mar del Plata. Tenía 66 años.

El de Weiss es solo un ejemplo, entre muchísimos más, de como el poder real, ese glotón que devora derechos ajenos, castiga sin piedad la nobleza de los grandes. La proscripción es una de las formas de acorralar a quienes son ejemplo de lucha y perseverancia, a esos que pelean por los derechos de otros, para que la felicidad y el buen vivir no quede solo en un puñado de privilegiados. A ellos hay que recordarlos siempre, ponerlos como guía en el carretel de la vida. Mientras tanto, la tarea que se nos impone en la actualidad es cuidar a esos mismos grandes del presente.