Por Claudio Leveroni

La grieta ya no es ideológica, si es que alguna vez lo fue. La separación real, que infiere esa calificación para el terreno de la discusión política, se encuentra dominada en la actualidad por un embrutecimiento que afecta la calidad de su contenido argumental. No refiero con esto al debate cotidiano del ciudadano común, sino al que debería tener mayor profundidad en ámbitos puntuales como el parlamento nacional. Es ahí donde deberíamos encontrar el pensamiento más excito, el que es capaz de elevar la estatura de las argumentaciones que por naturaleza propia se esgrimen en el tratamiento de leyes que condicionan el diario vivir de todos los argentinos.

Esa calidad de pensamiento cayó en las profundidades más oscuras para desaparecer en filosas adjetivaciones, vacías de contenido pavoneadas con la apariencia de ser ideas. Sobrevuelan como dardos lanzados con furia hacia enemigos irreconciliables de otras bancadas. La brutalidad flota en este selecto ambiente disfrazada de ideología. Nada más lejos que eso.

La pobreza intelectual que domina a los principales referentes en Diputados es abrumadora. Los debates no superan el umbral personal, referenciar a la patria es una excusa para exaltar inexistentes virtudes individuales o sectoriales. Lo ocurrido el viernes no fue un debate ideológico que concluyó con el rechazo del presupuesto 2022. No fluyen ideas para eso. Fue una mezquina forma de asumir la política con el solo objetivo de disputar poder destruyendo al otro. Buena parte de la sociedad adopta esos modales, lo hace también en la creencia que discuten política. No hay grieta ideológica porque no hay debate ideológico. Ojalá lo hubiera.

Rechazar el presupuesto en medio de la pandemia y de una renegociación de la deuda que Mauricio Macri adquirió con el FMI, en nombre de todos argentinos y sin pasar por el Congreso Nacional, ha dejado a la oposición al borde de un acto de alevosa felonía.

Así como la emoción desbordó a la razón a la hora de condimentar discursos de ocasión, la defensa de intereses suplió a la defensa de las ideas. Ese es el verdadero escenario de la política llevada al parlamento en la actualidad. Las corporaciones, de ellas hablamos cuando referimos a los intereses, han cooptado no solo al mundillo político. Han logrado encuadrar con tiempo y paciencia tibetana el arco mediático y judicial.

No es que haya exigencias para que en cada sesión parlamentaria fluyan ideas, solo se espera que nuestros representantes construyan sabiduría sobre las ideas existentes. El filósofo francés contemporáneo, Gilles Deleuze, destacó que opinar es algo que hacemos todos todo el tiempo, pero tener una idea es un acontecimiento raro, ocurre muy pocas veces. “Tener una idea es como una fiesta” graficó.