La decadencia del interés periodístico como sello de época

Por Felipe Efele

La decadencia que en la actualidad vive en su diario latir el periodismo se encuentra emparentada a los cambios de época, en especial a aquellos que impulsaron exitosamente una revalorización del individualismo como modelo de vida en comunidad.

Bajo este manto cultural de exaltación individualista el concepto de patria fue quedando enmarcado a acontecimientos sentimentales, como podrían ser los eventos deportivos, más que a un criterio político de interés soberano relacionado al territorio que habitamos.

El sentido de independencia se ha ido corriendo hacia algo mucho más personal que el de interés como nación. “Pertenecer tiene sus privilegios”, fue una exitosa frase marketinera utilizada en los finales de la década del 70 por una tarjeta de crédito estadounidense. En cuatro palabras sintetizaba una corriente de interés específico que, con el correr de los años, se transformó en un paradigma que atravesó todas las clases sociales.

En estas últimas cuatro décadas, y en forma paralela a esta nueva estructuración cultural, se fortalecieron y concentraron grupos de poder económico que fueron abarcando mucho más que un área específica de negocios. Una diversificación que incluyó a medios de comunicación.

En nuestro país la historia de diarios, revistas, radios y canales de televisión estuvo relacionada con emprendimientos de empresarios periodísticos. Personajes que, teniendo un amplio abanico ideológico, priorizaron el cuidado del contenido de sus productos mediáticos.

Tener un producto periodísticamente competitivo y masivo representaba tener buena venta de ejemplares, una mejor cotización de la publicidad y más anunciantes. Los segundos comerciales en radio y TV se cotizaban más en aquellos programas periodísticamente más trabajados, por encima de la tendencia política que podrían tener.

La preocupación por mantener cierto equilibrio político en un país que atravesó fuertes dictaduras representó un enorme desafío para estos empresarios. En ese sentido Osvaldo Bayer solía recordar una anécdota relacionada a cuando se desempeñó en la redacción de Clarín.

En 1960 su director, Roberto Noble, le propuso integrarse a la mesa de redacción del diario. Un lugar privilegiado donde se debatía el contenido diario de las notas centrales de quien ya era el matutino de mayor venta en el país. “Usted sabe que yo soy anarquista”, le planteó sorprendido Bayer. Lo hizo a sabiendas que el diario estaba bajo un inclinación política distinta recostándose hacia el desarrollismo. Noble le respondió que ese era el motivo del ofrecimiento, equilibrar el debate interno del contenido diario.

En un trazo grueso, la postura de Noble de aquel tiempo era la que dominaba el escenario de los medios más importantes. La mayoría de ellos, años más tarde, se amoldaría a los intereses de la última dictadura. Algunos lo hicieron en grado extremo. Otros, llevaron la impronta con algo más de dignidad.

Tras el retorno a la democracia, en agosto de 1989, el gobierno de Carlos Menem promulgó la Ley de Reforma del Estado permitiendo la concentración mediática que hasta entonces no estaba permitida. Así comenzó un acelerado proceso de concentración de grupos económicos adueñándose de varios medios.

La reforma legal también representó el fin de una etapa signada por empresarios periodísticos. Desde los 90 los grupos de poder multifacéticos se adueñaron de los medios y los pusieron a defender sus múltiples y variados intereses sin importar la facturación que representen. En realidad su rentabilidad está puesta en el éxito que tienen a la hora de  formar corrientes de opinión  con un pensamiento direccionada al interés de sus mandantes.

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