Por Claudio Leveroni
Cuando se habla de subsidios rápidamente vienen a nuestra mente como su principal referencia aquellos que recibe la gente, los más necesitados, los empobrecidos. Es un acto reflejo pensar así. Nuestro cerebro responde al estímulo recurrente de una permanente comunicación que recibe. Así estampamos como primera imagen de la palabra subsidio a los pobres y su pobreza.
Pues, no es así. Cristina Fernández en su clase magistral en el Teatro Argentino bordeó el tema colocándolo en porcentajes de nuestro Producto Bruto Interno. El PBI es un indicador de la riqueza que produce un país. La vicepresidenta puntualizó que en gasto social, es decir en ayuda con planes a los más necesitados, se invierte un 1.9 del PBI¸ mientras que se gasta en gente y sectores que no pagan impuestos un 4.6.
Los sectores más empoderados de nuestra sociedad dañan mucho más que ese porcentaje del PBI que reciben en subsidios. Vale recordar un ejemplo para dimensionar ese daño que provocan a toda la comunidad. Un solo caso entre muchísimos más similares o peores.
En julio de 2021, en plena pandemia, la AFIP intimó a 2.000 empresas para que devuelvan el dinero que habían cobrado para el pago de salarios como parte del Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP). La intimación fue después de corroborar que habían utilizado esos fondos solidarios del Estado argentino para comprar dólares. Procedimientos de control realizados por el Banco Central y la Comisión Nacional de Valores permitieron determinar la maniobra fraudulenta.
El ATP se puso en marcha durante 2020. El Estado subsidió entre mayo y diciembre de ese año a las empresas con más de $220 mil millones para que afronten el pago de salarios del sector privado durante la pandemia.
Las consecuencias de ese pillaje empresario se vieron en la cotización de dólar marginal que cotizaba $79 a principio de abril y saltó a $140 a fines de mayo. La maniobra provocó una de las 11 corridas cambiarias que registradas bajo el actual gobierno.
Desde ese sentido común, que instalaron los medios de comunicación con su repiqueteo permanente, es que arrastramos la idea que el mal que nos aqueja a los argentinos, en buena parte, es por la ayuda social que se distribuye a través de planes. La exitosa penetración de ese concepto ha sido un triunfo de la cultura del odio. Con desprecio se habla de planeros sin incluir en esa categoría a quienes se esconden detrás del oscuro telón de empresarios.
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