El desarrollo de ciencia y tecnología en nuestro país, se encuentra íntimamente ligado a las políticas de desarrollo que dieron a lo largo de nuestra historia. Los picos más altos en su proceso evolutivo, corresponden a etapas en las que el área de políticas de Estado.

Argentina cuenta con una larga tradición en la investigación científica que comienza con las universidades virreinales del siglo de oro español y los científicos jesuitas de los siglos XVI y XVII.​ Continúa con los astrónomos y naturalistas del siglo XIX, como Florentino Ameghino y la aparición de las primeras casas de altos estudios que formalizaron la multiplicación del conocimiento. Surgieron las primeras universidades nacionales. Córdoba en 1613 y nacionalizada en 1854, Buenos Aires en 1821, la del Litoral en 1889, La Plata en 1897 y Tucumán en 1914.

Después de la Segunda Guerra Mundial, se produjo una enorme transformación del sistema científico nacional. En gran medida por la creación del Conicet, organismo fundado a imagen y semejanza de su similar francés. El Conicet se encargó de financiar los recursos humanos necesarios para la investigación, fundamentalmente infraestructura, becarios e investigadores.

En esa misma época, también se crearon organismos específicos para trabajar en áreas tecnológicas, como la agropecuaria a través del INTA, la industrial con el INTI y la nuclear a través de la Comisión Nacional de Energía Atómica.

Distintas provincias asumieron también a mitad del siglo, pasado un compromiso formal con la ciencia y la investigación. Buenos Aires creó la Comisión de Investigaciones Científicas y en abril de 1955 nació el Centro Atómico Bariloche, que tuvo al físico José Antonio Balseiro como primer director.

Balseiro fue uno de los científicos repatriados en 1952, para ser nombrado jefe del departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Dos años después, Perón le ofreció prestar servicios en la Comisión Nacional de la Energía Atómica, para finalmente quedar al año siguiente, al frente del Centro Atómico Bariloche.

Balseiro falleció de leucemia en el ‘62. En su homenaje un instituto que funciona dentro del Centro Atómico Bariloche, tomó su nombre. El Balseiro es reconocido como uno de los centros de investigación en física, ingeniería nuclear y tecnología, líderes en Latinoamérica.

Un dato central para el desarrollo científico, fue poder ampliar la base de incorporación de estudiantes a los máximos niveles de estudio. El 20 de junio de 1949, Perón estableció la gratuidad de la enseñanza universitaria y terciaria, a través del decreto 29.337.

Como resultado de esta determinación, la matrícula de la UBA creció de 12.000 alumnos en 1935 a 96.000 en 1950. Además, durante el primer gobierno de Perón, se coordinaron los planes de estudio, se unificaron las condiciones de ingreso a la Universidad, se crearon 14 nuevas universidades, se elevó el presupuesto de 48 millones (1946) a 256 millones (1950).

Argentina tiene una larga tradición de investigación biomédica, que le ha dado al país reconocimiento internacional, sintetizado en tres Premios Nobel: El primero Bernardo Houssay en 1947; el segundo Luis Federico Leloir, 1970, el tercero César Milstein en 1984.

El Nobel a Houssay, el primero para un latinoamericano, se lo otorgaron reconociendo que fue pionero en asociar la diabetes con la glándula hipófisis. Houssay observó que sus pacientes diabéticos tenían una hipófisis hiperactiva. Fue así como dedujo que las hormonas que produce esta glándula, debían ser responsables de regular los niveles de azúcar en sangre.

Houssay fue un verdadero genio que desarrolló su inteligencia a paso veloz. Terminó la secundaria a los 13 años, no lo dejaron ingresar a la facultad de medicina porque solo tenía 14 años. Antes de recibirse, con solo 21 años, fue designado profesor de Fisiología de la UBA. Luis Federico Leloir fue un alumno con características intelectuales más habituales. Inclusive solía recordar que en la facultad debió rendir cuatro veces anatomía. Finalmente logró recibirse en la UBA. Realizó su tesis de doctorado ante Bernardo Houssay.

Después de permanecer como residente en el Hospital de Clínicas y como médico interno del Hospital Ramos Mejía, Leloir decidió dedicarse a la investigación. “Nunca estuve satisfecho con lo que hacía por los pacientes”, explicó en su breve autobiografía publicada en 1982.

Leloir obtuvo en 1970, el máximo galardón de la ciencia. Sus hallazgos sirvieron para entender en profundidad la galactosemia, una enfermedad hereditaria que provoca que quienes la padecen, estén impedidos de asimilar el azúcar de la leche. De no ser tratada, produce lesiones en el hígado, riñones y en el sistema nervioso central.

César Milsetein también es hijo de la educación pública. Nació y cursó estudios primarios y secundarios en escuelas estatales de Bahía Blanca. Se trasladó a la Ciudad de Buenos Aires, para cursar medicina en la UBA. Se graduó de licenciado en Ciencias Químicas en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales a los 25 años.

Milstein, que en su juventud militó en un movimiento anarquista, en 1956 recibió su doctorado en Química y un premio especial por parte de la Sociedad Bioquímica Argentina.​ Detectada su capacidad intelectual, la universidad de Cambridge le ofreció una beca en 1960 que lo instaló en Inglaterra.

Por su trabajo en el desarrollo de anticuerpos monoclonales, Milstein obtuvo el Premio Nobel en 1984. Podría haber sido millonario. No lo fue. Se negó a registrar la patente por su laureado descubrimiento. “El resultado de mi trabajo es propiedad intelectual de la humanidad” respondió cuando lo consultaron. Mantuvo así las convicciones que abrazaba desde su juventud.

Milstein falleció marzo de 2002 en Cambridge, Inglaterra, víctima de una afección cardíaca, a los 74 años. Tres años antes había estado en Argentina por última vez. Dio una charla en la UBA bajo el título “La curiosidad como fuente de riqueza”

La evolución de la ciencia y la tecnología argentina, tuvo un abrupto parate a mediados de los años ‘60. Quedó como símbolo la jornada del 29 de julio de 1966, “La Noche de los Bastones Largos”.

En esa jornada fueron allanadas cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires, que estaban ocupadas por estudiantes, profesores y graduados que se oponían a una decisión de la dictadura que encabezaba un oscuro general de apellido Onganía.

Un mes antes, la Casa Rosada había sido asaltada por las tres armas, desalojando a Arturo Illia. La orden de Onganía era intervenir las universidades y anular el régimen de gobierno universitario que regia a partir de la reforma de 1918, que establecía la autonomía universitaria del poder político y el cogobierno tripartito de estudiantes, docentes y graduados.

La policía desalojó a bastonazos las sedes universitarias. El hecho profundizó la ida del país de numerosos científicos. A esto se sumó la renuncia de 70 catedráticos que se negaron a dar clases bajo la censura que impuso aquel proceso dictatorial que comenzó con Onganía y siguió con otros dos generales, Levingston primero y Lanusse más tarde.

La salida del país de los científicos, se profundizó a partir del golpe cívico militar de 1976. Intervinieron las universidades públicas, se persiguió a los investigadores, muchos de los cuales debieron exiliarse mientras otros pasaron a engrosar la lista de desaparecidos. Hubo una sistemática labor de censura, que incluyó la quema de cientos de miles de libros.

Los militares se repartieron la administración de los institutos de investigación. Todos funcionaron en su mínima expresión. Estados Unidos reforzó presiones para anular investigaciones científicas, en especial en tecnología nuclear. En ese contexto dejó de venderle uranio enriquecido a la Argentina.

Con el regreso de la democracia se normalizó la situación institucional en los organismos de ciencia y técnica, los que pasaron nuevamente a manos civiles.

El gobierno de Menem produjo nuevos cambios en el sistema científico argentino. Debilitó al Conicet creando un organismo que absorbió una de sus funciones, la de brindar subsidios y créditos. Los científicos pusieron el grito en el cielo con estas medidas. “¡Que se vayan a lavar los platos!”, bramó en septiembre de 1994 Domingo Cavallo. El ministro de Menem le respondía así a la socióloga Susana Torrado que fue una de las caras visibles que denunció la situación de los científicos argentinos en aquel modelo neoliberalismo.

Los gobiernos de Néstor Kirchner primero y Cristina Fernández más tarde, llevaron adelante la reapertura de las convocatorias a nuevos investigadores y becarios en CONICET. Repatriaron a muchos a través del Programa Raíces.​ En 2007 se creó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, dedicado a la planificación y coordinación del área.

La llegada de Macri a la presidencia en 2015 significó un severo recorte en el presupuesto y la degradación del Ministerio de Ciencia, Tecnología a una Secretaría. Otro enorme retroceso que no tomó mayor intensidad porque fueron solo 4 años y no hubo reelección.

Durante el primer año de la administración de Alberto Fernández se recuperó la jerarquía Ministerial de Ciencia y Tecnología, aunque sigue sufriendo déficits de presupuesto significativos.

Los principales logros argentinos durante el siglo XXI han estado en la biotecnología, con el desarrollo de nuevas variedades transgénicas y la tecnología satelital donde se diseñaron y construyeron satélites. Hay en curso programas de promoción en áreas consideradas estratégicas por el estado nacional como la informática, la nanotecnología y la biotecnología. También con la evolución de la tecnología nuclear permitiéndole al país exportar reactores nucleares a través de la empresa estatal INVAP.

Cuando Milei desconsidera el trabajo y la historia de la evolución de la ciencia y tecnología en nuestro país, lo que está mostrando es una ignorancia enorme y un particular desprecio por el Conicet y sus científicos.

La lista de los últimos principales aportes realizados por el sistema de ciencia argentino en los últimos años es muy extensa. En algunos casos logros alcanzados en trabajo conjunto con universidades, empresas o fundaciones. Allí se encuentran el barbijo Atom Protect; el kit diagnóstico de test rápido del Covid; el desarrollo de la vacuna argentina contra el coronavirus que se encuentra en la fase 3 de los ensayos clínicos. Investigadores del Conicet lograron optimizar una terapia disponible para tratar la atrofia muscular espinal

También se logró el desarrollo de las dos antenas que se instalarán en la Base Belgrano II en la Antártida Argentina, con una inversión de 10 millones de dólares, para dar servicios a misiones satelitales nacionales e internacionales.

A esta lista hay que incorporar los aportes indispensables de nuestra ciencia en busca de una vacuna efectiva contra el dengue, la creación del primer reactor nuclear de potencia que fue íntegramente diseñado y construído en el país, la instalación del Centro Argentino de Protonterapia (la forma más avanzada de radioterapia para el tratamiento del cáncer), o el desarrollo de una semilla resistente a la sequía.

La concreción de la primera planta argentina de fabricación de baterías de litio; la creación del lanzador nacional Tronador II en el marco del Plan Nacional Espacial 2030 y el lanzamiento de un nuevo satélite argentino de observación. La lista es mucho más extensa, la impulsa un Estado activo y presente en la estrategia de desarrollo y crecimiento argentino.