Por Claudio Leveroni

La definición del presidente Fernández señalando al sector automotor como nave insignia de la industria argentina es una frase con tanto presente como historia en nuestro país. En principio porque este sector mantiene en la actualidad 11 terminales que emplean 130 mil trabajadores, representa alrededor del 7% del PBI industrial y exporta por casi US$ 4.500 millones.

Este presente es un gran interrogante para los adoradores del neoliberalismo quienes suelen hacerse tres preguntas, cómo es posible tanta inversión de una industria que requiere permanente innovación en un país con estrictas leyes en defensa de los intereses de los trabajadores, que tiene inseguridad jurídica e inestabilidad en su modelo económico. Pues bien, el presente anula las maliciosas afirmaciones. Al menos las primeras dos. La mano de obra calificada que tiene el trabajador argentino cotiza por encima de leyes que lo protegen y no existen de igual forma en otros países. La inseguridad jurídica no parece ser tal. Ford cerró este año tres de sus fábricas en Brasil, afectando a 5 mil trabajadores y anunció una inversión de 580 millones de dólares para fabricar la nueva generación de la pick-up Ranger en su planta de Pacheco. El tercer interrogante del mundillo neoliberal, aunque cierto porque el modelo de país sigue en pugna, no parece ser obstáculo para la llegada de estas inversiones.

En cuanto a la historia bueno es recordar lo que representó el sector automotor en el desarrollo industrial argentino. Tuvo su plataforma de despegue a partir del primer gobierno de Juan Domingo Perón, quien en 1951 creó Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME) una idea que nació desde el Primer Plan Quinquenal. Se trató de un ente estatal que desarrolló un conglomerado de fábricas autárquicas para promover la fabricación de aeronaves y automóviles. Llegó a acuerdos con industrias extranjeras como Kaiser, con quienes se asoció para desarrollar modelos en nuestro país (IKA). IAME llegó a tener 10 industrias con 12 mil trabajadores. Desarrolló el Kaiser Carabela, el sedán más vendido en los años sesenta, el emblemático Torino en los setenta, el tractor Pampa, la moto Puma, el auto justicialista (foto) que fabricó entre 1952 y 1955  más de 2 mil unidades y el Rastrojero que pasó de vender 3.964 unidades en 1959 a su récord de 12.500 en 1975, con unidades que fueron exportadas a Cuba, Chile, Perú, Uruguay y Bolivia. Con el golpe de 1955 la llamada Revolución Libertadora le entregó el modelo Justicialista a la fábrica a Porsche que lo puso a la venta bajo el nombre Puntero. La dictadura fue mutando el nombre del conglomerado industrial (IME) a medida que lo intentó desarticular como polo de desarrollo industrial.

IAME también incursionó  en la industria aeronáutica construyendo aviones altamente sofisticados como los Pulqui I y II que convirtieron a la Argentina en el sexto país del mundo en diseñar y fabricar un avión a reacción, colocándolo en el mismo nivel del Mig 15 soviético y los Sabre F-86 norteamericanos.

El proceso de desindustrialización nacional que inundó al país en los años de la última dictadura cívico-militar acabó con IAME. Bajo los primeros esbozos del modelo económico neoliberal, fue cerrada. Clausuró su actividad con un decreto firmado por Videla y Martínez de Hoz en 1980 cuando todavía contaba con 100 concesionarios y 3000 empleados