Hace 72 años votaban las mujeres por primera vez

Bajo el manto de una falsa caricia las mujeres fueron nominadas durante siglos como las representantes del sexo débil, una definición que buscó apuntalarlas como necesitadas de la protección machista y al mismo tiempo colocadas en un rol inferior al del varón.
Forzadas a estar invisibilizadas como protagonistas de la historia, a ser autoras de hechos trascendentes para la evolución positiva de la humanidad, infinidad de mujeres lograron romper ese cerco.

Christine Pizan acaso puede nominarse como la primera feminista. En el siglo XV planteó argumentos del Siglo XXl. Esta italiana filósofa, poeta humanista y escritora escribió en 1405 “La ciudad de las damas”. Una obra donde hizo una defensa de las mujeres construyendo su propia ciudad habitada solo por figuras femeninas. Expuso allí, a manera de denuncia, argumentos misóginos de los autores de su tiempo.
Una par de siglos más tarde, en nuestra región americana, rompería todos los códigos de la época al ponerse al frente de un ejército de liberación.

Juana Azurduy nació en la región de Chuquisaca, el 12 de julio de 1780. Hija de una indígena y un criollo se crió entre campesinos, aprendió a cabalgar con su padre y a hablar en quechua con su madre. Con la muerte temprana de ambos progenitores la familia la envió a un convento de monjas de donde fue expulsada a los 17 años porque no soportó el encierro ni la sumisión. Juana se casó a los 22 años. A los 29 organizó junto a su marido el escuadrón “Los leales” que se incorporó al Ejército del Norte, liderado por Manuel Belgrano, para sumarse a la lucha revolucionaria participando de los levantamientos independentistas de Chuquisaca, La Paz y Cochabamba.

En 1816 obtuvo el rango de teniente coronel de las milicias criollas que peleaban en el Alto Perú. La guerra le dejó dolorosas huellas, murieron sus cuatro hijos, y los realistas decapitaron a su marido cuando estaba embarazada de su quinto hijo que fue una niña nacida en medio de los combates y a la que logró poner a salvo. Juana Azurduy fue ascendida a generala 147 años después de su muerte. El 14 de julio de 2009 la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner destacó su valentía entre muchas mujeres que se plantaron en aquellos años como protagonistas de nuestra independencia.

Hubo muchas Juanas más en la historia argentina. Durante las invasiones inglesas, en agosto de 1806, Manuela Pedraza, conocida como La Tucumanesa, tenía 26 años. Había viajado desde Tucumán, para sumarse a la defensa de Buenos Aires. Fusil en mano, junto a su esposo, combatió a los británicos en las calles porteñas. En uno de los enfrentamientos el marido cayó muerto a su lado, ella corrió al agresor hasta clavarle la bayoneta y matarlo. Manuela Pedraza fue reconocida con el grado de subteniente de Infantería, en 1807

No solo con coraje en un campo de batalla las mujeres reclamaron un lugar protagónico en la historia. Cuando los claustros universitarios eran un reducto exclusivo de varones, Cecilia Grierson logró saltar esa injusta valla. Fue la Primera Medica Argentina, se recibió en 1889 a los 30 años, después de cursar en 6 años la carrera.

Grierson fue por más. En 1891 fundó la primera Escuela de Enfermería. En 1894, se presentó en el concurso para cubrir el cargo de profesor sustituto de la Cátedra de Obstetricia para Parteras. El concurso fue declarado desierto, en aquellos tiempos las mujeres todavía no podían aspirar a la docencia universitaria.

Las mujeres también eran descartadas de la vida política y no les era permitido protagonismo judicial. Prohibiciones que se sumaban a muchas más limitaciones sociales para dejarlas encuadradas en el rol de acompañante de sus maridos y criar sus hijos. Ni siquiera de les permitía votar.

De la voluntad y esfuerzo individual surgieron organizaciones que, desde principios del siglo veinte, iniciaron acciones por los derechos civiles y políticos de las mujeres. Entre ellas surgió el Centro Socialista Femenino, fundado en 1902 y la Unión Feminista Nacional, que presidía Alicia Moreau de Justo.

Otras organizaciones, como el Centro Feminista, creado en 1905 por Elvira Dellepiane de Rawson; el Comité Pro Sufragio Femenino; la Asociación Pro Derechos de la Mujer (en la que participó la escritora Alfonsina Storni), y el Partido Feminista Nacional, organizado por Julieta Lanteri, presentaron, durante años, numerosos petitorios reclamando la sanción de una ley que le permita a las mujeres ejercer el derecho al voto.

En 1911 la Municipalidad de Buenos Aires llamó a los vecinos para que actualizaran sus datos en los padrones en vísperas de una elección de concejales. Julieta Lanteri observó que no había una limitación sobre el sexo en el texto y solicitó a la justicia su inscripción para participar del comicio. Su pedido fue considerado y se transformó en la primera mujer incorporada a un padrón electoral argentino. El 26 de noviembre Lanteri votó en el atrio de la Parroquia San Juan Evangelista de La Boca y se convirtió en la primera sudamericana que ejerció el derecho a elegir.

Lanteri era una luchadora con historia. Fue la primera mujer que pudo ingresar y recibirse de bachiller en el Colegio Nacional de La Plata. En marzo de 1896 solicitó al decano de la Facultad de Medicina, Leopoldo Montes de Oca, el ingreso a la carrera. En 1898 se graduó de farmacéutica en la Universidad de Buenos Aires y algunos años después realizó prácticas de obstetricia en la Escuela de Parteras.

Debieron pasar 16 años después del voto de Lanteri para que ocurra otro gran mojón en la ruta de los derechos femeninos. Ocurrió en 1927 cuando la provincia de San Juan reformó su Constitución incluyendo una enmienda que ubicó a las mujeres con los mismos derechos y obligaciones electorales que los hombres.

El Gobernador sanjuanino, el bloquista Aldo Cantoni, impulsó y logró incorporar en la carta magna provincial, que las mujeres puedan votar y ser elegidas para desempeñar cargos públicos. El 8 abril de 1928 las sanjuaninas tuvieron ocasión de estrenar sus libretas cívicas. Votó el 98 por ciento de las inscriptas, un porcentaje que superó holgadamente al de los varones.

En aquella elección de 1928 Emilia Collado fue elegida intendente de Calingasta y, Ema Acosta, diputada provincial. Ambas, son las dos primeras mujeres votadas para ejercer un cargo público en la historia de nuestro país. No fue por mucho tiempo. En diciembre de 1928, Hipólito Yrigoyen intervino el gobierno de a San Juan y la reforma constitucional fue anulada quedando derogado el voto femenino.

Ese mismo año (1928), el diputado socialista Mario Bravo, presentó en el Congreso Nacional, un proyecto de ley impulsando el voto femenino, que no prosperó. La Cámara baja recién pudo tratarlo en 1932, por iniciativa de otro legislador socialista, Alfredo Palacios. Dos sesiones, con acalorados debates, tuvieron que pasar para que el proyecto logre media sanción. Sin embargo, la oposición logró ponerle freno en el Senado. Envió el proyecto a la Comisión de Asuntos Constitucionales, de donde nunca fue rescatado.
Eran tiempos de “década infame” en el país. Las estructuras políticas y sociales más conservadoras, además de moldear un país con altos índices de corrupción y fraude electoral, se negaban ampliar los espacios de participación de la mujer.

En octubre de 1944, la Secretaría de trabajo y Previsión, quedaría a cargo de un tal Coronel Juan Domingo Perón. Desde allí se las ingenió para crear el primer organismo en el país diseñado para la mujer. Se trató de la Dirección de Trabajo y Asistencia de la Mujer, que se encargó de formar la comisión Pro- Sufragio Femenino.

El nuevo organismo no tardó en elevar un petitorio al gobierno nacional, solicitando el cumplimiento de las Actas de Chapultepec, por las cuales los países firmantes, que aún no habían otorgado el voto a la mujer, se comprometían a hacerlo El decreto no llegó a salir. Contrario a lo que se pueda imaginar, hubo organizaciones, como la Unión Argentina de Mujeres, presidida por Victoria Ocampo, que se opusieron a la sanción de esta ley. Reclamaban que debía ser sancionada por el Congreso bajo un gobierno constitucional

Ese gobierno constitucional y democrático llegaría en 1946. Perón ganó las elecciones en febrero y de inmediato retomó la campaña por el voto femenino conducida por Evita. Perón transformó el derecho de las mujeres a votar como uno de los ejes centrales en la campaña presidencial de 1946. Solía reiterar “la mujer argentina ha superado el período de las tutorías civiles. La mujer debe afirmar su acción, la mujer debe votar”.

El derecho al voto de la mujer, finalmente, llegaría en 1947 con la imagen de Eva Perón como estandarte. La ley 13.010 fue sancionada el 7 de septiembre de ese año. Quince días más tarde, el Presidente Perón se la entregó a Evita en un acto multitudinario realizado en Plaza de Mayo. La Iglesia católica se mantenía crítica de aquel nuevo derecho. Opinaba que el voto femenino, “desorganizaría la estructura familiar”. No estaba sola en esa posición. Casi todas las fuerzas políticas provinciales, coincidian en que los derechos políticos de la mujer debían concederse gradualmente, porque podía alterarse “el orden social establecido”.

La ley 13.010, estableció en su primer artículo: “Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos”.
El fuerte protagonismo que se le imprimió a la promulgación del voto femenino, centrado en la figura de Evita, hizo que antiguas militantes feministas como Alicia Moreau de Justo y Victoria Ocampo, increíblemente, se opusieran públicamente a la sanción de esta ley. Hubo una fuerte negativa planteada desde la Asamblea Nacional de Mujeres, presidida por Ocampo, contraria a recibir ese derecho de manos de una “dictadura fascista”.

Dos años después de sancionada la ley de voto femenino, los derechos de las mujeres se ampliarían notablemente gracias a la reforma de la Constitución de 1949 que multiplicó las conquistas a ritmo revolucionario. Estos cambios sucedían confrontando con el rechazo de los sectores más conservadores expresados desde distintos la Iglesia, partidos políticos y los influyentes diarios.

En las elecciones del 11 de noviembre de 1951 Juan Domingo Perón fue reelegido con más del 60% de los votos. Ese mismo día las mujeres votan y son elegidas por primera vez a nivel nacional. Lo hicieron 3.816.654, más del 90% de las empadronadas. Eva Perón, ya enferma, disfruta el triunfo por partida doble: todas las candidatas peronistas acceden a sus bancas. Sus lugares en las listas no eran testimoniales, algo que anticipaba su protagonismo.

La fórmula Perón-Quijano (PP) se impuso con 4.745.168 votos (63,51%), seguida por Balbín-Frondizi (UCR) con 2.415.750. Si se desagregan los votos entre hombres y mujeres, da como resultado que las mujeres optaron en mayor proporción que los hombres por el peronismo que fue el único partido que logró representantes legislativos que llevó mujeres en sus listas.

En esta primera elección con voto femenino fueron consagradas 23 diputadas y 6 senadoras nacionales, todas representantes del peronismo. Además, fueron electas 97 legisladoras provinciales. Sumadas a las tres delegadas por los territorios nacionales y las cuatro convencionales constituyentes de La Pampa conformaron las 133 primeras legisladoras que asumieron sus bancas en abril de 1952.

A partir de 1953 la diputada Delia Parodi fue nombrada vicepresidenta primera de la Cámara de Diputados, convirtiéndose en una de las primeras mujeres del mundo en ocupar un cargo de ese rango. Al año siguiente, la senadora Ilda Leonor Pineda de Molins ocupó la vicepresidencia segunda de la misma Cámara.

Las nuevas representantes en el parlamento nacional presentaron varios proyectos. Uno relacionado con el Régimen de Trabajo y de Previsión Social para el Personal de Casas de Familia para reglamentarlo con horarios, tarifas, salarios y vacaciones. También presentaron proyectos referidos a la igualdad de derechos para los hijos “naturales o ilegítimos” y un proyecto de divorcio vincular.

Pasaron tan solo 72 años de cuando las mujeres no podían votar ni ser votadas. Fue un capítulo ganado en la lucha para igualar sus condiciones respecto a los varones. Las diferencias siguen existiendo aún, por suerte son mucho menos que antes, pero aún persisten. Aquel espíritu conservador que rechazaba verlas como un igual sigue flotando sobre nosotros, si no prestamos atención puede volver a instalarse como poder institucional.

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