El periodismo de hoy no merece tener la historia del periodismo de ayer

El siglo XXI posiciona cada vez más a los periodistas en un rol de simples transmisores de intereses sectoriales. En las últimas décadas se acentuó la perdida de rigurosidad en el tratamiento informativo. Se fue dejando de lado protocolos básicos que impone el oficio, como el chequeo de la información con varias fuentes y se ingresó en luchas mediáticas donde los adjetivos calificativos superan holgadamente a los contenidos.

Una enorme cantidad de periodistas se transformaron en simples comunicadores de intereses ajenos. Algunos lo hicieron a cambio de suculentas recompensas, otros por vanidad o simplemente para mantener el puesto de trabajo. Antes de llegar a esta actualidad se crearon las condiciones necesarias.

Fue necesario fortalecer un modelo de comunicación concentrado que comenzó a concretarse en años de la última dictadura cívico – militar. La entrega de Papel Prensa a medios que acompañaron aquel salvaje proceso fue un primer mojón de esa etapa.

La mejor forma de silenciar críticas al modelo de destrucción del aparato productivo y endeudamiento nacional, fue garantizarles a esos medios acumulación de poder.  En noviembre de 1976 el llamado Proceso de Reorganización Nacional entregó la empresa que produce el principal insumo de los diarios, el papel, a Clarín y La Nación.

Una venta cargada de denuncias, como las que formuló Lidia Papaleo, esposa de David Graiver, muerto en un accidente de aviación en México, en agosto de 1976. Su fallecimiento aceleró la caída de las empresas del holding que conducía, arrastrando problemas con sus finanzas. El hermano de David Graiver y su viuda –Lidia Papaleo- quedaron a cargo de las empresas.

Lidia Papaleo denunció que el CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto, la amenazó directamente para que firme la venta de las acciones de Papel Prensa. Según la esposa de Graiver, Magnetto le dijo que, de negarse a firmar el traspaso accionario, correría peligro su vida y la de su pequeña hija.

El modelo de concentración mediática terminó de fortalecerse en 1989 a partir de la sanción de la ley de Reforma del Estado, bajo el gobierno de Carlos Menem. Ahí comenzó el proceso de privatización de los servicios de radiodifusión y de telecomunicaciones. Se adjudicaron radios y los principales canales de televisión abierta del país.

Durante el bienio 1996-97, las comunicaciones ocuparon el primer lugar entre los sectores que recibieron inversiones extranjeras directas. Llegaron a superar al sector bancario-financiero. Casi 3.000 millones de dólares se movilizaron en las compras de medios de radiodifusión, incluidas fusiones y nuevas adquisiciones.

Dos sociedades, la española CEI-Telefónica y el Grupo Clarín, concentraron la mayor cantidad de medios radiales y televisivos. El grupo europeo adquirió en el período 1997-98, los canales 9 y 11 de Buenos Aires, y las 14 emisoras provinciales vinculadas a éstos y se posicionó como el principal operador de la televisión abierta. En el 2000 tenía 16 emisoras de TV abierta en todo el país y 74 radios, lo que violaba absolutamente la normativa vigente.

En la actualidad la concentración mediática se ha profundizado. Ocho conglomerados concentran el 60% de la audiencia nacional. El Grupo Clarín capta el 25% del total. Lo sigue, muy de lejos, el grupo América con apenas el 7,25% y Viacom con 7,10%.

La concentración de medios está reconocida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos como una amenaza a la libertad de expresión. Un medio con posición dominante es capaz de fijar las reglas de juego de toda la industria afectando a los medios más chicos. La concentración mediática afecta también la calidad de los contenidos.

Bajo este esquema de poder concentrado en el mundo de las comunicaciones, el periodista del siglo XXI no es más que un empleado de la industria de la información, un mero espectador de la encarnizada guerra mediática alimentada diariamente por los intereses políticos y económicos. La pregunta que sobrevuela permanentemente en muchos trabajadores de prensa es si deben defender los intereses de la empresa que les paga o deben luchar por mantener el rigor que se presupone a esta profesión.

¿Fue distinto en el pasado? ¿Hubo periodistas más libres, con pensamientos ideológicos diversos trabajando en medios importantes? Definitivamente los hubo.

Osvaldo Bayer Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo son algunos de los valiosos referentes de nuestro periodismo en el siglo XX. Bayer es considerado uno de los historiadores y escritores más importantes de la cultura popular y, en particular, del anarquismo en Argentina. Fue frontal y riguroso con su forma de hacer periodismo y también a la hora de plantear sus ideas. Pagó consecuencias por eso.

En 1963 en una charla que dio en la ciudad de Rauch propuso se cambiara el nombre de la ciudad por el de Arbolito, el indio ranquel que le había dado muerte al militar alemán Federico Rauch en el Combate de las Vizcacheras en 1829. No tuvo mayor recorrido su idea. Peor aún, al regresar a Buenos Aires, el jefe de la policía, nieto de Rauch, lo encarceló permaneciendo 63 días en el penal de mujeres.

Osvaldo Bayer trabajó en Clarín. Su dueño y fundador, Roberto Noble, era un hombre de negocios que había sabido zigzaguear entre los vaivenes de dictaduras y democracias. En 1963 José María Guido era un presidente de transición hacia una elección presidencial que dejará a Illia en la Rosada, previa proscripción electoral del peronismo. Roberto Noble tenía acuerdos con el desarrollismo que encaraba el derrocado Arturo Frondizi. Este recuerdo viene a cuenta de una anécdota contada por el propio Bayer.

Cierto día Roberto Noble se acercó al escritorio de Bayer para proponerle que integre la mesa de dirección del diario. El periodista quedó sorprendido por la invitación. “Usted sabe que yo soy de izquierda”, dijo Bayer. “Lo sé” respondió Noble para sellar su respuesta señalando el porqué de su interés.  “Me critican mucho por tener sólo gente de derecha en la mesa de redacción, a partir de ahora podré decir: miren, tengo a Osvaldo Bayer”. El periodista estuvo mucho tiempo al frente de la sección política de Clarín.

Rodolfo Walsh (foto) es acaso el ejemplo más potente cuando se habla de periodismo de investigación en nuestro país. Desde 1951 hasta 1961, trabajó para las revistas Leoplán, Panorama, y Vea y Lea, además de continuar en la editorial Hachette, ya como traductor. Por esos años publicó las antologías Diez cuentos policiales argentinos (1953) y Antología del cuento extraño (1956).

En 1953, salió su primer libro, Variaciones en rojo, que contiene tres novelas cortas de género policial con la que obtuvo el Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires.

Walsh en 1956 presenció un levantamiento militar contra el gobierno de facto que había derrocado a Juan Domingo Perón. Vio los combates callejeros en La Plata, donde residía. Durante la madrugada del 9 al 10 de junio, nueve civiles fueron detenidos y fusilados en un basural de José León Suárez sobre la ruta 4; lo mismo pasó en la zona sur del Gran Buenos Aires. Meses después, en un bar que frecuentaba, oyó la primicia que cambiaría su vida: «Hay un fusilado que vive».

El sobreviviente de los fusilamientos en los basurales de José León Suárez era Juan Carlos Livraga. Rodolfo Walsh logró ubicarlo y entrevistó. Por él pudo saber que había otros sobrevivientes. Trabajó durante meses buscando más datos de aquella brutal matanza. Interrogó a conocidos, vecinos y sobrevivientes. Hizo periodismo.

En 1959 Rodolfo Walsh viajó a Cuba. Junto con sus colegas Jorge Masetti, Rogelio García Lupo y Gabriel García Márquez. Con ellos fundó la agencia Prensa Latina. El proyecto se truncó dos años más tarde.

Walsh regresó al país en 1961 alquiló una casa en el Delta de Tigre bajo el nombre falso de Francisco Freire, y en unos meses escribió la primera versión de lo que sería Operación Masacrees, una pieza de investigación periodística precursora del Nuevo Periodismo, considerada como la primera novela testimonial o novela de no-ficción.

Walsh trabajó en la revista Panorama y durante la dictadura de Onganía, fundó el semanario de la CGT de los Argentinos que dirigió entre 1968 y 1970. Lo hacía mientras escribía ¿Quién mató a Rosendo?.  Una investigación que publicó en 1969 sobre el asesinato del dirigente sindical Rosendo García.

El listado de periodistas que abrazaron con extraordinaria honorabilidad la profesión en nuestro país en los duros años del siglo XX es extenso. Muchos sufrieron las consecuencias pagando con su propia vida el riesgo de investigar y publicar en tiempos de la última dictadura.

El primer listado de periodistas desaparecidos durante la última dictadura fue impulsado por Catalina Guagnini, dirigente de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, y madre de Luis Guagnini, periodista de amplia trayectoria secuestrado el 21 de diciembre de 1977.

La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), formada a instancias del presidente Raúl Alfonsín, finalizó su informe Nunca Más señalando que los periodistas denunciados como desaparecidos eran 84”. Fue la tragedia más grande del periodismo argentino”, escribiría Osvaldo Bayer en el prólogo del libro Periodistas desaparecidos.

Desde aquellos primeros años de democracia recuperada la cifra fue aumentando gracias a nuevas denuncias e investigaciones. En 2016, un informe del Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado daba cuenta que la cantidad de casos registrados llegaba a 171.

Jorge Luis Borges también ejerció el periodismo en distintas épocas de su vida. Lo hizo publicando artículos que terminarían conformando la Historia universal de la infamia, una colección de cuentos publicada en 1935. La mayoría de esas historias escritas fueron publicadas por separado en el Diario Crítica entre 1933 y 1934.

Varias décadas más tarde Borges escribiría una conmovedora crónica para la agencia de noticias EFE sobre el juicio a las Juntas militares. Lo hizo después de presenciar la jornada más extensa de todo el juicio a los genocidas. Fue el 22 de julio de 1985. Ese día sólo declaró un testigo, Víctor Melchor Basterra, un obrero gráfico que fue secuestrado por un grupo de tareas de la ESMA el 10 de agosto de 1979. Declaró ante el Tribunal durante más de 15 horas.

Borges escribiría en aquella crónica: De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de sí mismo, no era un remordimiento. Era una suerte de inocencia del mal.

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