Por Mario Cafiero

Luego de décadas de golpes y violencia política, la dirigencia argentina supo construir su “Nunca Más”. Desde 1983 pudo organizar sus instituciones políticas de forma democrática y permanente. Resuelta la organización político democrática, se dio por sentado que el bienestar social vendría por añadidura. Pero las recurrentes crisis económicas y sociales que hemos padecido desde entonces han dado por tierra este argumento. Un solo dato: hoy el PBI per cápita es similar a la década del 90. Pocos países registran este nivel de estancamiento. La ciencia económica no alcanza a explicar la anomalía de un país con inmensas riquezas y tan pobre desempeño. Las recetas económicas neoliberales aplicadas han sido desastrosas, como este último intento con Macri. Pero cuando se aplicaron otras políticas, no se acompañaron de un cambio de la matriz productiva y financiera. La economía argentina parece un laberinto cuyo recorrido siempre termina en el mismo lugar: deuda externa insostenible, falta de dólares y crisis consecuente. Nos dicen que la crisis siempre se precipita por la sencilla razón que no tenemos los dólares para pagar la deuda externa. Pero: ¿adónde se fueron los dólares que nos prestaron?

En los datos oficiales encontramos la respuesta. El último informe de la Dirección de Cuentas Internacionales informa que la Argentina es acreedora del mundo en 115.996 millones dólares; ya que tiene prestado o invertido afuera del país 387.499 millones de dólares y tiene una deuda externa de 271.503 millones de dólares. Pongámoslo así: la economía argentina -como un todo- podría pagar íntegramente su deuda externa y contar además con 115.996 millones de dólares de reservas, con lo cual no necesitaría de ningún esfuerzo para pagar su deuda externa, ni habría la más minina incertidumbre cambiaria. El problema argentino no es entonces la falta de dólares, sino la inadecuada localización de los mismos. El problema reside en un sector privado que atesora en dólares y se los lleva fuera del sistema financiero local. Y un sector público al que siempre le faltan dólares, porque adeuda muchos (aunque no los haya usado) porque sencillamente los ha suministrado al sector privado para que éste los atesore y fugue.

La deuda externa y fuga de capitales son las dos caras de una misma moneda y es este mecanismo el que destruye el sistema monetario y financiero local. Al punto que hoy en Argentina la relación entre el dinero que circula y su PBI es del 27%, se ubica en el puesto nº 158 del mundo. O sea que somos un país en extrema pobreza monetaria-financiera nacional y eso es en consecuencia lo que aplasta a nuestra economía real. El FMI que ya asumió su error en apoyar el insostenible endeudamiento del gobierno anterior, ahora debería reconocer que el nudo del problema económico argentino es la exclusión monetaria y la usura financiera.

No hay salida al problema de la deuda si no reconstruimos nuestras instituciones monetarias y financieras, como hicimos antes con nuestras instituciones político democráticas. Partiendo de aprehender que la moneda y el crédito son un bien común, tan necesario a la vida económica como el agua a la vida biológica. Que para ello es necesario recuperar la confianza y que la confianza es imposible de importarla. Por tanto, es necesario construir un pacto entre el capital productivo, el trabajo y el Estado, para implementar sistemas monetarios digitales modernos, que garanticen liquidez y crédito acorde al requerimiento del sector productivo. Es necesario volver a las ideas de Keynes y Silvio Gesell, poniendo al capital financiero al servicio de la economía.

*Mario Cafiero: ex diputado nacional, uno de los principales impulsores de la investigación de la deuda externa argentina y del megacanje de 2001, y actual presidente del Instituto Nacional del Asociativismo y la Economía Solidaria (INAES).