Argentina: De la peor crisis histórica a la recuperación social y económica

La mayor crisis económica argentina estalló en diciembre de 2001 Fue consecuencia de un cóctel recesivo que mezcló determinaciones políticas y económicas que desembocaron en protestas y represión con un saldo que dejó 39 muertos y la jura de cinco presidentes en 11 días. Nunca estuvimos tan cerca del precipicio.

La profunda recesión, endeudamiento externo, desempleo y el llamado corralito financiero, que limitaba las extracciones bancarias, empujaron las protestas callejeras. La inflación no fue protagonista de aquella brutal crisis. Más aún, en esos días hubo inflación negativa. La anual de 2001 fue de -1,1. La del 2000 también lo fue (-0,9), y la de 1999 llegó a ser de -1,2.

Para ponerlo en la cotidianeidad de nuestra compras: En diciembre de 2001, en pleno estallido social, un litro de leche costaba 3% menos que tres años atrás. Ese era el promedio del costo de vida durante la peor crisis argentina. El precio de los productos descendió mes a mes durante tres años seguidos.

El disparador final de la crisis del 2001 fue el corralito financiero que limitaba las extracciones a solo 250 pesos dólares diarios. La medida asumida por Domingo Cavallo hizo sumar a la clase media a las protestas que ya venían realizando los sectores más empobrecidos.

La crisis fue tan terminal que economistas liberales de distintas regiones del mundo llegaron a proponer salidas disparatadas.

La soberanía política y económica se había desdibujado tanto que el economista Alan Rudy Dornbusch, profesor del Instituto de Tecnología de Massachusetts, sostuvo que la Argentina para salir de la crisis debía delegar el gobierno en manos de banqueros extranjeros.

Cuando todo finalmente se derrumbó en el 2002, cuando la pesadumbre recayó sobre la conciencia de todos los argentinos, cuando la pobreza superó al 53% de la población, cuando aquel pasado de poderoso país industrial había quedado en un lejano e inalcanzable horizonte, la esperanza de sobrevida como país arrojaba ideas tan extravagantes como desesperadas.

Ese año, 2002, un historiador argentino, Roberto Cortes Conde, expuso en un congreso internacional sobre historia económica, que se realizó en Puerto Madero. Allí, sin sonrojarse señaló que la resolución de la crisis argentina podría darse a partir del sometimiento a la jurisdicción de otro país. Planteó que se debían firmar tratados con organismos financieros y con el grupo de los 7 países más desarrollados del mundo, para crear compromisos no derogables por el Congreso Argentino. Sería una forma, dijo Cortes Conde, de garantizar al ciudadano que sus ahorros estarán salvados de cualquier intencionalidad del gobierno de turno.

Esta idea de Cortes Conde era la que pedían, en esos momentos, muchos grupos de bonistas extranjeros para resolver su conflicto con Argentina. Más aún, fue lo que funcionarios del palacio de economía escucharon por esos días en Japón, cuando tenedores de la deuda le exigieron al gobierno argentino vender tierras fiscales, como alguna vez lo hizo Bernardino Rivadavia desde la Presidencia de la nación, en el tristemente recordado empréstito de la Baring.

A partir de 2003 el panorama argentino comenzó a revertirse lenta, pero con una paulatina recuperación de la estructura industrial. Fue a partir de políticas que alentaron el consumo interno como principal herramienta para el reverdecer de la producción local. La recuperación de la centralidad del Estado bajo los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) estuvo asociada con la promoción de la actividad industrial. Ello permitió, en un primer momento, la reactivación económica vinculada con la dinamización del sector manufacturero.

En el período 2003–2007, la industria argentina creció a un promedio anual del 10,3% en términos del Índice de Volumen Físico (IVF), acompañando la dinámica de la economía en su conjunto. La persistencia del avance del sector manufacturero constituye una característica que sobresale en relación con otros períodos de crecimiento industrial.

En esos cuatro años se destacó particularmente el avance de la producción de vehículos, de minerales no metálicos, de los insumos de la construcción, y de la metalmecánica. Una tendencia que se mantuvo varios años más. Por ejemplo, la producción metalmecánica tuvo un incremento del 7.5 % entre 2003 y 2012. En el caso del rubro textil, creció 3.8 % anual. La industria de los automotores aportó el 7 % del total de las exportaciones, mientras que el sector siderúrgico lo hizo con un el 3 %. La producción local de línea blanca creció fuertemente desde el 2003 a 2013, la producción de heladeras creció un 402 % y la de lavarropas y la de cocinas un 201 % cada una.

Un dato que sobresale de la gestión de Néstor Kirchner es que durante los cuatro años de su gestión se alcanzó superávit fiscal creciente. Fue del 0,5% en el 2003 ascendiendo año a año hasta el 3,2% en 2007, que se logró con acumulación de reservas en el Banco Central que fueron de 14.119 millones de dólares en 2003 a 44.860 millones en 2007.

Esa acumulación de reservas se hizo manteniendo políticas de distribución de riquezas reflejadas en la caída del índice de pobreza que fue de 44,3% en 2003 a 23,4% en 2007; y también en los decrecientes niveles de desocupación que bajó del 20,4% en el 2003 al 9,8% en el 2007.

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